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Cuando vejez es sinónimo de energía acumulada

María Teresa es una amiga que conocí en el Ensamble Creativo del Museo Evita, Palacio Ferreyra de la Ciudad de Córdoba. ¿Recuerdan? El Consejo Asesor de Personas Mayores que en otros tiempos impulsaba actividades abiertas a la comunidad con el objetivo de abrir las puertas del museo a todas las edades y personas. Tere es una gran representante de la vejez que promovemos y deseamos contagiar desde el Club de la Porota y es por eso que la invitamos a sumarse al espacio “Historias +60 en cuarentena” (pienso que el término “cuarentena” ya queda obsoleto ¡je!)

¡Casualmente hoy cumple años! Y para celebrar sus 73 compartimos un diálogo que imaginó conmigo. “Quiero recrear una charla que siempre imaginé con vos Porota”, me dijo cuando le propuse escribir. Y fue así como “charlando” la fui conociendo. Su voz repasa vivencias profundas con pinceladas de humor. Tere es una vieja generativa. Una mujer que ama la vida y que ¡está de pie!

¡Que los cumplas feliz Negrita!

Porota. 

− ¡Hola, María! ¿Te digo María?

−¡Hola, Porota! Me podés decir ‘María’, ‘Negrita’, ‘Teresa’, ‘Tere’… soy todas esas. La vida me dibuja y desdibuja, me nombra y me sobre nombra. Para la familia fui ‘Negrita’, para los amores fui ‘Gorda’, ‘Negra’ y ‘querida’. Esto es lo principal: siempre me sentí querida, un privilegio que no todos tienen.

−María, entonces. Yo también acepto que me digan ‘Poro’.

−¡Poro! Te conocí cuando gané un concurso tuyo para ver a cinco o siete mujeres empoderadas: ‘¡7 Reinas!’ Llegué y vos me pusiste un cartelito para la foto que decía: «Somos lo que amamos cuando amamos lo que somos». Y ese pasó a ser mi lema.

−¡Tu lema! ¡Una no sabe el alcance que tienen las acciones, ni las palabras! Pueden ser virtuosas y enriquecer, como también hacer daño. Me alegra que te ayudara. Las del ‘Club…’ estamos para eso: para acompañarnos en estos años de adultez.

−¡De adultos mayores! ¿Me vas a decir? ¡A mí me atropellaron los años! No encuentro la palabra que me quepa. Ni eso de mayores, ni eso de vieja, ni abuelita. Todas me hacen ruido. Ruido molesto. Me encantaría que me dijeras: ‘¡qué inmadura!’ Pero estoy madurita, pasada. Tirando a fósil. ¿Ves? Una dicotomía. Yo siento una cosa y el espejo me devuelve otra.

−¡Un fósil! ¡Estás exagerando! Contame sobre tu vida.

−¡Uh, sonaste! A los viejos nos encanta hablar de nosotros mismos .Y nos ponemos pesados… Un resumen de 72 años, bien vividos, es difícil. Todo lo que para mí fue importante, seguro que no lo es para los demás. Pero… lo intentaré. Soy cordobesa de pura cepa. Viví en un pueblo de la pampa gringa, Alicia, donde mi papá era el médico. Ya arranqué privilegiada desde allí. El cariño al doctor se derramaba en la única hija. Era de esos doctores al que venían a buscar en el sulky para traer un niño al mundo, por esos caminos en los que cuando llovía no pasaba el auto. ¿Ves, Poro? Seguro que esto parece sin importancia, pero son mis raíces. Y ya me voy por las ramas… ¡Las ramas! Tuve seis. Tengo cinco, buenos hijos. El sexto fue prematuro y nos hizo pensar en los ángeles, que dicen que andan por allí. ¡Lo dicen y lo sentí! Aquella fue la vez que sentí más cercano al Señor. Lo fui a buscar a la iglesia, un primero de año, el día que murió mi bebé, y la puerta estaba cerrada. Pero el alivio que sentí a mi dolor fue algo indescriptible y eso me marcó para siempre. Encuentro a Dios en todo lugar, en la gente, en las plantas, dentro de mí. No sé por qué te cuento estas cosas…

−Me emocionaste, María. ¡Es fuerte lo que me contás! Todo me va ayudar a

entender cómo te bancaste la pandemia. ¿No sé si te dije que era el motivo de la nota?

−¡No me dijiste! ¿Cómo hago para llegar desde mi pueblo en los años de la

colonización a los tiempos de pandemia? Puedo llegar contándote que superé un cáncer de mama a los cuarenta, con mis hijos chicos. De allí, lo que te decía del atropello de los años. Tal vez al ser una sobreviviente sentí que debía

devolver algo a la vida. ¡Y saqué la cacerola!

−¿La cacerola? ¡Ya no te sigo, María!

−¡Si! ¡En el año 2001 salí a la calle! Aprendí a luchar contra las injusticias y a velar por

nuestros derechos. Todo eso lo plasmé en un libro: ‘El Corralito Interior’. Se me dio por escribir. Y así mi cacerola abollada, terminó en un museo en Londres. Fue a representar a Argentina entre cien ‘Objetos Desobedientes’ que habían estado en luchas ciudadanas por el mundo.

−¡De no creer! ¿La cacerola desobediente del Museo Victoria y Alberto? ¿Es esa?

−¡Sí! Es la que me llevó a formar ‘Acción Cívica en Córdoba’. Pasé de la protesta a

la propuesta. Ahora escribo cuentos con ‘Finales Abiertos’ para que los lectores hagan trabajar a las neuronas.

− María ¿Y la cuarentena?

−La cuarentena me agarró sola…dejé al marido, hace mucho, en una separación

acordada. El novio, vive lejos…

−¿Tenés novio?

− ¡Siii! ¡Pero ahora todo es virtual! El amor en tiempos de pandemia. Buen título

para otro cuento… estoy en eso. Y en esto que es como prisión domiciliaria saqué a relucir toda la fortaleza acumulada. ¡Estoy de pie, Poro! El calor de la familia, el afecto de los amigos, el no desfallecer para no dar mal ejemplo me ayudó mucho. Hice cursos de política, taller literario, clases de arte, charlas con vos, Porota, que nos marcás un camino. El de empoderarnos con los años, como vengan. Para eso plantamos raíces y soltamos ramas hacia el infinito.

−¡María, venga un codazo! ¡Cuánta energía acumulada!

María Teresa Nannini (73)

 

 

 

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