Cumplir 70 en el escenario del COVID-19: “Es tiempo de vivir intensamente”
Mi preludio será breve. Quiero dar paso a la voz de Graciela Maiztegui. Madre, abuela, amiga, hermana, hija, tía, trabajadora social. Una mujer mayor, comprometida con la vida que desde hace 38 años trabaja en SEHAS, ONG de la Ciudad de Córdoba, comprometida con el fortalecimiento de organizaciones comunitarias y el acceso de los sectores más vulnerados a sus derechos humanos. Graciela cumplió 70 en aislamiento. Y fue con esa excusa que la invitamos a escribir. Los y las invito a sumergirse en la profundidad de sus reflexiones, en sus interrogantes y en su sentir finito de la vida, cuya percepción del tiempo todo lo da, todo lo quita. Gracias querida integrante del CLUB DE LA POROTA, en tu voz, caben las de muchas personas envejecientes. ¡Salut!
Porota
“Mi cumpleaños constituyó siempre un tiempo y espacio de profunda movida interior. Me pregunto por qué tanto. Seguramente porque entre los 365 días de cada año, uno de ellos se posa suavemente sobre nosotras, nosotros, y nos dedica sus 24 horas en recuerdo y celebración de nuestra llegada al mundo. Gran momento, y vale celebrarlo. Pero no se trata sólo de celebración. Cada año ese día desnuda el paso del tiempo. Nuestro tiempo. Tiempo que, aunque nos parece infinito es irremediablemente finito, al menos tal como lo conocemos en esta dimensión en la que nos movemos, y vivimos. Nuestro cumpleaños nos recuerda esa finitud y nos enfrenta a nuestras emociones más hondas a la luz de los pasos que venimos recorriendo, y los que nos quedan por recorrer hacia adelante. Cuando era una nena pequeña no reparaba en estas sensaciones y emociones; lentamente fueron apareciendo con el paso de los años. Se agudizaban ante cada cambio de década. Entonces me sentía subir al primer escalón de una nueva etapa, donde un universo de emociones y vivencias posibles se desplegaban para mi libre elección. Sea que cumplas 19 o que cumplas 20; que cumplas 29 o 30; que cumplas 39 o 40; que cumplas 59 o 60, y así…; al día siguiente nada cambia sustancialmente. Sin embargo, cada inicio de década la imagen de un universo de cambios por venir se instala sonriente. Necesitamos los símbolos para asentar nuestro ser y buscamos hitos que nos permitan aferrarnos al camino de nuestra propia historia. Algo de eso nos sucede y nos llena de preguntas… y nos desafía el deseo de tomar el tiempo en nuestras manos para dominarlo; ese tiempo tan escurridizo como el agua del manso río o del río más torrentoso. Pero implacable, el tiempo no se detiene y la vida sigue… los cumpleaños se suceden, año tras año. Mi amiga Porota me diría sin titubear: sos una mujer envejeciente… simplemente eso te pasa. Simplemente, el cumpleaños marca otro año vivido en el reloj de la vida, de tu tiempo y de tu espacio.
En medio de esta danza de palabras y pensares hubo un tiempo que dio paso al año 2020. Ese año inició con rapidez su recorrido. Su enero se precipitó a una velocidad tal que cuando quise tomarme unos días de vacaciones en la última semana, el almanaque me mostró que transitaba ya la segunda semana de febrero. Traté de detener su frenético andar y me encontré caminando por marzo y visité entonces a mi hija en Buenos Aires por su cumpleaños como cada 13 del mencionado mes desde hace 44 años. Pero algo sucedía alrededor. Marzo aminoró su marcha y de repente el mundo se detuvo. Envuelto en torrentes de rumores y noticias el llamado CORONAVIRUS o COVID-19 desde la lejana ciudad de Wuhan en China iniciaba su implacable recorrido por el mundo dejando a su paso la muerte. Sin antídotos ni vacunas el mundo entendió que debía parar. Que las corridas hacia algún lado incierto dejaban de tener sentido. Y cada una, cada uno nos refugiamos en nuestros hogares. Solo allí dentro, cobijados, sentimos seguridad mientras los gobernantes nos proponían reiteradamente: “Quedate en casa, Quedate en casa”. Y fue distinto el tiempo. Y sucedió algo que sorprendió al mundo: había que cuidar especialmente a viejos y a viejas. Sí, en este mundo y este tiempo donde poco valen quienes ya no son tan productivos, donde el valor supremo es ser rápido, joven y producir; el mundo paró, se dio vuelta para mirar a las y los mayores; y decidió cuidarlos y cuidarlas. Descubrió también que no estamos solos o solas; que existen pueblos diferentes, que existen ricos y humildes, negros y blancos, varones, mujeres y disidentes, pero que estamos todos y todas en el mismo tiempo, en el mismo espacio, casi desnudos y desnudas, sin diferencia alguna ante este virus que nos invade, nos persigue. .
Pero lo que se detuvo no fue el tiempo, fue nuestro ritmo, fue nuestro modo de vivir, fue el correr en el tiempo y el espacio. Y entonces algo de aquella agua mansa pudimos recoger. Pudimos saborear los olores de la cocina hogareña, disfrutar los suaves pétalos de las flores del jardín, contemplar el cielo azul de nuestro cálido otoño cordobés, sentir el sol acariciando nuestra piel, redescubrir el canto de los pájaros durante la mañana y disfrutar la luna llena y su luz iluminando como si fuera de día los patios y veredas de nuestro barrio durante la noche. En esos días caminamos despacio, muy lento, conscientes de cada paso, de cada lugar. Pudimos sentirnos semejantes, unidas y unidos, derribamos los muros construidos. Palpamos por minutos nuestras igualdades por encima de nuestras diferencias. Retomamos el pincel, el bordado, la cocina, el juego. Algo se fue acomodando lenta y armoniosamente en nuestro interior… pero el tiempo no se detuvo. Me sorprendí tratando de detenerlo una vez más porque otro cumpleaños comenzó a acercarse lenta pero indefectiblemente. Y así como no es lo mismo 59 que 60, tampoco lo es 69 que 70. ¿Cuál es la diferencia esta vez? Que se abre una nueva década, una etapa de amplios universos de caminos a elegir, caminos de un mundo hacia sentires más humanos, más solidarios, más cooperantes, más amorosos, más respetuosos, más felices tal vez…Pero en ésta además, se divisa a lo lejos, casi imperceptible y sin definir, el final del camino.
Es tiempo de vivir intensamente y celebrar los 70 en cuarentena…”
Dedicado a mis hijas, mis hijos, mis nietas, mis nietos, y a Porota, con profundo agradecimiento por crear la posibilidad de compartir mi voz, en este tiempo y espacio de mi próximo cumpleaños.
Graciela Maiztegui
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