En Japón, antes que viejos somos personas

Cuando llegás a Tokyo sentís que en vez de haberte tomado un avión te subiste a un cohete espacial que te trasladó a otro planeta. La diferencia horaria, el idioma y la fisonomía de las personas son factores tan acentuados que pellizcarse tres, cuatro, cinco veces es absolutamente necesario. A todos estos condimentos hay que sumarle que nunca había pisado el continente asiático. Sin embargo, jamás me sentí perdida o insegura, todo lo contrario. Nada está librado al azar: guías turísticas en español, inglés, francés, italiano, árabe, ruso, chino… y una señalética sencilla y fácil de decodificar reciben al turista con los brazos abiertos.

¡Chapeau nipones!
Tokyo se impregnó en mi piel y todo lo que pueda contarles de aquella fantástica ciudad no es más que la pura subjetividad que habita en cada uno de mis poros.

Obviamente lo primero que advertí fue el buen trato a las personas. En las calles, las edades se desdibujan porque todo, absolutamente todo, está pensado desde el cuidado integral sin diferenciar edades, géneros y condiciones físicas. Las veredas son anchas y los carriles están claramente delimitados: uno para bicicletas, otro para transeúntes y un tercero con relieve para que las personas no videntes puedan identificar sin dificultad el curso normal de la vereda con el de una esquina o calle. Todos los semáforos tienen su versión para ciegos y son respetados sin transgresión alguna.

¿Cómo tratan a las personas mayores en Japón?
No sé. Yo vi, sentí y experimenté el trato a las personas, sin distinción. Hablan en voz baja, no tocan bocina, no se atropellan entre sí ni invaden tu espacio personal. Muchos se trasladan en bicicleta. He visto mujeres y hombres de mi edad trasladándose en bicicleta sin mayores esfuerzos. Disfruté de la música funcional en el parque Ueno y del ritual de comer con palitos, platos a base de pescado, legumbres, verduras y frutas.
De paso constante y pausado, hablan como cantando sin gritar ni aturdir. Amables y colaboradores, jamás se les borra la sonrisa. Tokyo es una ciudad amigable en todo sentido: su gente, sus calles, el transporte público, los servicios. Sin grandes especulaciones y a simple vista, es una ciudad para envejecer.
Tokyo está inundado de estudiantes que se mueven en manada. Llegué a ver niños y niñas de tan solo ocho o nueve años regresando a casa solos después de la escuela. Cuando hay niños y viejos en las calles es porque no hay nada que temer. Porque el cuidado es de todos y para todos.

Sin embargo, en mi país, duele cuando te pasa el impaciente empujándote hacia el charco con agua. Duele cuando no esperan que cruce el semáforo y antes que termine el conteo me arrojan el auto encima. Duele cuando no ceden el asiento en el colectivo mientras la artrosis te recuerda impiadosamente cuan dolorosa puede ser arriba del 29. Duele cuando no te esperan para caminar o explican con suave temple cómo llegar. Duele cuando trastabillo con esa baldosa desencajada y el tobillo te queda doliendo. Duele también pensar lo idílico que sería salir a dar una vuelta en bici sin correr el riesgo de sufrir un asalto.
Argentina y Japón. Córdoba y Tokyo. Nos separan más de 18.000 kilómetros de distancia y diferencias esenciales en el cuidado de la calidad de vida de sus habitantes. Pero como siempre, mi optimismo puede más y es allí cuando sucumbo ante la esperanza “del centésimo mono”. Todo llega.

Mucho tiempo atrás, en un pueblo lejano en Japón, había un mono llamado Emo. Los monos en esa época solían comer las manzanas sucias en el piso de jardines llenos de polvo. Un día, por error, Emo lavó la manzana en el estanque antes de comerla. A partir de entonces lavaba cada manzana que iba a comer. El mensaje pasó de Emo a un segundo mono y luego a un tercero y así sucesivamente. Muchos monos empezaron a lavar las manzanas antes de comerlas. Después de algún tiempo, algunos monos vecinos de otros pueblos también comenzaron a lavar las manzanas antes de comerlas. El día en que el centésimo mono lavó una manzana y se la comió, se observó un extraño fenómeno en todo el país: todos los monos empezaron a lavar las manzanas antes de comerlas. Por lo tanto, en esa zona la masa crítica fue de 100. Una vez que se alcanzó la masa crítica, la información se propagó como un reguero de pólvora por todos y cada uno de los monos y todos empezaron a lavar las manzanas antes de comerlas.
Deepak Chopra

Foro de los sabios
Durante el mes de mayo el Foro de los Sabios abre sus puertas en una nueva sede ubicada en pleno centro de la Ciudad de Córdoba: Rioja 681. Todos los martes y viernes a partir de las 15.30 pondrá en marcha una nutrida propuesta de talleres socio culturales y recreativos para personas mayores: Gimnasia, tejido, celular, computación, cine, fotografía, educación cognitiva y tango. Para más información comunicate al 4741318 o por Whatsapp al 351 6312415.

Accesibilidad digital
El IPEM Diego Gómez Casco de barrio Alta Córdoba junto al programa de viviendas solidarias para personas mayores del Ministerio de Desarrollo de la Provincia están impulsando un proyecto anual intergeneracional. Se trata de lograr que los estudiantes de quinto año brinden talleres de accesibilidad digital a las personas mayores que dependen del programa. Dos veces por semana en el comedor para mayores de barrio Panamericano los jóvenes llevarán sus notebooks para compartir sus conocimientos con más de 20 personas. Algunos de los temas que abordarán son: Word, Power Point, homebanking, manejo del celular y redes sociales ¡Bravo por esta hermosa iniciativa! Un saludo especial a mi amiga Noelia Del Prete por ser una apasionada corresponsal de este trabajo.

Porota

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