Familia.
Hay palabras que son tan fuertes que hay que dejarlas así, con un punto y aparte. Buceando en las tres doble-ve me salta una efeméride. Soy una mojarra que anda paseando en la peatonal del río y me encuentro con la carnada. Y voy, atolondrado, ingenuo, hambriento. Detrás de esa lombriz que baila hay un anzuelo. No alcanzo a darme cuenta y ya estoy mordiendo, atrapado, enganchado y voy. El anzuelo no me lastima. Lo muerdo y me dejo llevar.
Dice Naciones Unidas: “El Día Internacional de las Familias se celebra el 15 de mayo de cada año para crear conciencia sobre el papel fundamental de las familias en la educación de los hijos desde la primera infancia, y las oportunidades de aprendizaje permanente que existen para los niños y las niñas y los jóvenes. A pesar de que el concepto de familia se ha transformado en las últimas décadas, evolucionando de acuerdo a las tendencias mundiales y los cambios demográficos, las Naciones Unidas consideran que la familia constituye la unidad básica de la sociedad. En este contexto, el Día Internacional de las Familias nos da la oportunidad de reconocer, identificar y analizar cuestiones sociales, económicas y demográficas que afectan a su desarrollo y evolución”.
Mientras la tanza me lleva aprovecho para pensar en la familia. “La pregunta tiene ‘ese no sé qué’. Es un silencio que hace lugar, una pausa que explora, una invitación a mirar desde otra perspectiva. ¿Qué nueva oportunidad se abre cuando preguntamos?, ¿qué juicio, creencia o sentencia elijo dejar de lado?, ¿es posible pensar en nuevas estructuras y formas de mirar la vida, de hackear lo aprendido?”, reflexionaba Sol (Rodríguez Maiztegui) en la nota pasada (“La pregunta; herramienta para cambiar la vista del punto”, HDC).
Empiezo a preguntar(me): ¿Qué es una familia? El diccionario dice que es un grupo de personas vinculadas por relaciones de matrimonio, parentesco, convivencia o afinidad. Y también un conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje. Lejos de estar satisfecho con las respuestas me inundo de preguntas. ¿Es cierto que las familias no se eligen? ¿Cuántos tipos de familia hay? ¿Cuál es mi familia? ¿Mamá, papá, hermana, abuelos, tías, primas, sobrinos y así hasta el infinito?
Siempre busco las distintas caras de una moneda, el reverso de las fotos, las palabras detrás de las palabras, el subtítulo invisible de un significante. Comparto mis dudas con el equipo de El Club de la Porota y Sol arroja un nuevo interrogante que abre puertas y ventanas: ¿Qué pasa cuando quien disrumpe o hackea la idea de la familia formal, tradicional, es una persona mayor?
El viento me pega en la cara, despabila los recuerdos y las imágenes afloran. Pienso en Miryam y su familia. Enviudó a los cincuenta y pico. Pasado el duelo, se sacó el vestido negro y se propuso encontrar el amor. Conoció a Carlos, se ofrecieron compañía mutua y fueron armando una nueva familia. Joaquín le decía abuelo ya que nunca conoció al verdadero. Pero ¿qué es lo verdadero? ¿Quién puede cuestionar el amor en nombre de una etiqueta?
Pienso en Mario, que recién a los 60 años pudo soltar el peso que llevaba encima, los silencios, la vergüenza y los prejuicios y blanquear su homosexualidad. Y se puso de novio y empezó su recorrido de felicidad, con libertad.
Pienso en la cantidad de personas mayores que eligieron, sencillamente, el amor. Y también pienso en esas familias sin pegamento de afecto, que se mantienen unidas para el afuera, un cascarón de familia pegada con cinta scotch, una mesa larga, un hombre sentado en la punta, mandando, imponiendo, silenciando.
Los silencios
Empiezo. Mi amiga Paula, psicóloga, escucha con atención mis interrogantes y me sugiere una película: “El silencio es un cuerpo que cae”. Se trata de un documental, del año 2017, de la realizadora cordobesa Agustina Comedi en el cual la protagonista descubre las cintas de video que filmó su padre, Jaime, antes del accidente que le quitó la vida.
Agustina rastrea en esas cintas la historia de su padre, y allí encuentra algo más grande: un cruce complejo entre zonas de una historia profundamente personal e individual que se colorean también con formas de la experiencia común. Este material es reconstruido por la cineasta apelando a la colectividad que ciertas imágenes y sensaciones parecen tener. Se trata de una ficción que nos permite captar de un modo sensible la relación entre historia y biografía.
En este cruce, se nos cuenta que el activismo político de izquierda y su intimidad homosexual habían constituido la vida de Jaime hasta antes de casarse. Por aquellos años, activismo y homosexualidad se habían conjugado en la demanda a las organizaciones políticas peronistas y de izquierda de aceptar la diversidad sexual como experiencia posible en el nuevo mundo que pretendía construirse.
“¿Qué pasa con los secretos y tu generación?”, pregunta Agustina a una de las amigas de su padre, una mujer de unos 70 años. ¿Qué secretos guardan los viejos y viejas de hoy? ¿Habrán logrado ser las personas que quisieron ser? “¿Acaso la vejez nos transforma en otras personas o somos las personas las que elegimos transformarnos a lo largo, ancho y alto de la vida?, ¿creemos que elegimos o estamos condenados a vivir una vida que por momentos nos parece ajena, extraña, indeseada?”, se preguntaba Sol.
Una de las últimas tomas del documental es preciosa. Luca, un niño de unos 6 años, dibuja algo en un papel. Son garabatos, líneas que se cruzan. Agustina y su hijo tienen el siguiente diálogo.
—¿Qué cosa te parece a vos la más maravillosa del mundo? —pregunta Agustina.
—Ver algo que nunca vi por primera vez.
—¿Y por qué te parece maravilloso eso?
—Porque me gusta mucho ver cosas que nunca vi. Un leopardo vivo, en la naturaleza, vivo, libre.
—¿Qué significa ser libre?
—Libre significa no tener que estar en una jaula.
Fundido en negro.
Y fin.
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La familia es el amor. Sin rótulos ni etiquetas.
Hackeemos los silencios, los prejuicios, los tabúes.
No es tarde.
Nunca.
Del Gringo Ramia para
esta familia que crece y crece.