Liderazgo, mujeres y vejez

Muchas mujeres como yo hemos crecido bajo el yugo de algunas máximas que han determinado el modo en el que nos hemos ido posicionando en la vida. Actualmente, en perspectiva, y tras iniciar un proceso de deconstrucción de mis propias prácticas puedo hallar en ese camino, modos de modificarlas. Se lo debemos a nuestras hijas pero se lo podemos brindar a nuestras nietas.

 

Estoy haciendo referencia al rol cultural que le otorgamos al “ser femenino” desde el momento en el que nacemos. Toda esta reflexión surge tras haber participado de una conferencia magistral sobre “¿Cuáles son los atributos para ejercer un liderazgo persuasivo, innovador y democrático?”, a cargo de la experta chilena Paula Narváez, asesora regional en Gobernanza y Participación Política de ONU Mujeres.

¿Recuerdan estas frases?, ¿a quien no le dijeron alguna vez, alguna de ellas?
l Las señoritas no dicen  malas palabras
l Ese deporte es de marimacho
l Calladita eres más bonita
l El rosa es de nena
l Las mujeres no se trepan a los árboles
l Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer
l Deberías ser más femenina
l Que lo decida tu papá
l A la plata la tiene tu papá
l Los hombres son más razón y las mujeres más emoción
l No seas “mamita”
l Delgadita sos más linda

Estas frases, que vamos incorporando cual máximas a lo largo de nuestra vida, ocultan un trasfondo cultural que luego de grandes sufrimos, criticamos, y con el cual, nos enojamos… sin poder identificar en qué momento se originó semejante barbarie hacia nosotras mismas, hacia nuestras hijas, nietas, hijos, y nietos; porque los hombres también sufren el patriarcado y sus modos violentos de oponernos y enfrentarnos.

En su charla, Narváez explicó que en la cotidianeidad los mensajes siguen dejando al margen a las mujeres del ejercicio de liderazgo. “Todavía vemos a muchas niñitas queriendo jugar al fútbol sin poder hacerlo. Todavía vemos que las mujeres siguen siendo unas invitadas periféricas en los juegos que antes sólo jugaban los varones. A modo de metáfora, el espacio principal del patio de la escuela sigue siendo del varón que patea la pelota relegando al margen a las niñas que naturalizan esas prácticas marcando su vida en todos los espacios de socialización. El correlato es cómo esas niñas interiorizan el uso del espacio principal”. Esto significa que en la posteridad, esa niña ya mujer, aún cuando supere en capacidad a muchos hombres, se va a sentar en segunda fila, no ocupará la punta de la mesa y pedirá permiso para dar su opinión porque así fue durante toda su vida. Las mujeres lideramos menos que los hombres porque naturalizamos prácticas ancladas en nuestra conciencia que tenemos que deconstruir. No porque los hombres sean unos tiranos que nos lo impidan. De alguna manera, nosotras como madres (de propias y ajenas) hemos fogoneado sin saberlo, prácticas que hoy se ponen en cuestión.

Las mujeres han sido socializadas en el “no poder”: por eso “tendemos a ceder y dar el paso al costado. Nos cuesta asimilar que el poder también nos pertenece”, comentó Narváez.

Relean las máximas.

Postura, encorsetamiento, cuerpo, belleza. Lo nuestro pasa por la compostura, por si somos lindas, flacas y “calladitas” (léase educadas). En tanto los hombres son los que toman las decisiones. A quienes les delegamos el poder de aprobar o desaprobar nuestras acciones y la de nuestros hijos e hijas. En mi casa, las mujeres lavábamos los platos y poníamos la mesa. Los varones solo se limitaban a comer. En mi casa, la televisión era de usufructo del hombre de turno; sino estaba mi marido, le correspondía a mi hijo. Mi hija y yo sólo teníamos derecho a utilizarlo cuando no estaban. Lo mismo sucedía con el diario. A mi hijo le tendí la cama toda la vida, a mi hija mujer no.

Tras estas rutinas que mantuve por muchos, muchos años… ¿pretendo ahora que mi hija salga a comerse el mundo, que ocupe espacios de liderazgo? Definitivamente, tengo que mirar, analizar, poner en palabras, y deconstruir esa cotidianeidad que jamás cuestioné.
“Si queremos construir sociedades más igualitarias, debemos ejercer un liderazgo consciente, un liderazgo con fuerte contenido de transformación de las relaciones de género”, aseguró Paula Narváez quien además de ser psicóloga se desempeñó como Ministra Secretaria General de Gobierno de Chile en el segundo mandato de Michelle Bachelet.

Me gusta reírme de mí misma. Mirarme en retrospectiva, taparme el rostro con las manos y darme cuenta de lo funcional que fui. Sin castigarme, más bien satisfecha de haberme podido dar cuenta. Es cierto que hubo todo un contexto, un marco que sería injusto omitir. Hoy las condiciones de revisionismo son otras y por eso puedo sonrojarme, barajar y dar de nuevo.

Viejos y viejas de estos tiempos. Nunca es tarde para reparar. Para aceptar cuán ciegos fuimos. Para contribuir a gestar un modo más amoroso de mirar a la mujeres y a los varones que nos suceden. A esos niños y niñas que nos miran -aún desde abajo- y que crecerán con la posibilidad de ser testigos de liderazgos menos opresores y más integradores. Liderazgos que depositen el valor en las capacidades y competencias; en los estilos de trabajo basados en el respeto por las diferencias y no en las condiciones de género, edad, creencias o belleza.

Me despido con esta frase de Narváez que destaca la trascendencia de la temática por sobre las miradas de género: “Da la impresión de que son temas de mujeres, pero estos son temas societales, de cómo concebimos a la sociedad, el desarrollo y una cultura de derechos. Debemos ofrecer un modelo que enriquezca nuestras identidades, y que también enriquezca las identidades de los hombres”.

Porota

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