Medicamentos y remedios… ¿cumplen las mismas funciones?
Participé esta semana de un encuentro de dirigentes de centros de jubilados de la zona sur de Córdoba. Líderes y referentes que como yo, nos animamos a aprovechar las iniciativas que impulsan muchas organizaciones públicas con el propósito de empoderar los espacios comunitarios. Entre los disertantes, estuvo el Dr. Horacio Barri, quien con sus palabras inspiró esta columna.
¿Remedios o medicamentos?
Se los voy a explicar del modo en que yo elegí comprender su aporte. Puedo pecar de ingenua, aleccionadora, imprudente, o no pecar, pero deseo compartirles lo que decidí nombrar y/o registrar. Primero, que los remedios son milenarios, mientras que los medicamentos tienen una historia corta y muy asociada a la industria de los psicofármacos y a la especulación comercial de los laboratorios. Que la mayoría de los remedios no tienen sustancias que dañen a nuestro cuerpo y que en un 99% de los casos se administran con un ingrediente esencial, el amor.
Esto me retrotrae a mis primeros días de soledad, en los que inventaba dolencias para tener algo que hacer, aunque sea, ir al médico. Muchos profesionales de la salud reconocen que es más importante la escucha que el dolor, y que algunas dolencias sólo se mitigan con tiempo, mirada, y un lenguaje quinésico que exprese “aquí estoy, te escucho”. Y así nació el remedio: “Mire Porota, usted lo que necesita no es venir a verme, sino hacer algo que le guste y disfrute”. La orden fue escrita en una RP firmada y sellada por mi querido doctor. El papel durmió contra el imán de la heladera durante muchos días, hasta que el ruido del timbre de mi nuevo departamento (sonido que desconocía) interrumpió mi letargo. Del otro lado, Raquel, mi entrañable amiga, que con una exagerada sonrisa, se presentó como mi vecina. No hizo falta que la invitara a pasar, en tan solo segundos había puesto la pava para el mate. En una bolsa naranja escondía un bizcochuelo recién horneado. Me pellizqué varias veces sin comprender si lo que estaba viviendo era ficción o realidad. Hoy puedo ponerle el nombre correcto a mi propia RP: “ante la dolencia de la soledad, el desamparo y la desvitalización, pruebe un rico bizcochuelo con la vecina y arrójese a la aventura de conocerla”.
Como cuando mi mamá me llevaba el tecito de miel y limón para mi carraspera. O me frotaba aloe vera en las lastimaduras.
Como cuando mis hijos estaban decaídos, y yo les regalaba pañitos de agua fría bañados en esencia de menta, un cuento en la cama y dormir arropados en mis brazos.
Como cuando Santi viene a casa y le brota de la nada una “febrícula sin foco”. Rocío el ambiente con agua de azar, le preparo un tecito de jengibre, limón y miel y le hago masajitos en los pies con esencia natural de hierbas.
Como cuando murió el perro de mis vecinos, y con Raquel los acompañamos a despedirlo, entre cantos y ofrendas.
Como cuando brota el enojo sin sentido, y me mimo con una caminata, un rico jugo natural o una salida al cine.
Como cuando mi abuela nos curaba el empacho con unos brebajes espantosos que nos daba en cucharadas repletas de azúcar mientras cantaba en catalán una canción que aún me resuena.
Como cuando recibís ese “wasap” con el mensaje que tanto necesitás leer. El salvavidas que cae del cielo justo cuando estabas empezando a ahogarte.
Como cuando vamos a la psicóloga y nos receta: “una tarde con amigas, un taller de baile o canto, un nuevo emprendimiento o despliegue de pasión, en resumen… una nueva oportunidad para seguir disfrutando de la vida”.
Tomo dos medicamentos diarios y consumo miles de remedios a la vez… ¿y vos, a qué remedios acudís para sanar tu vida?