Tantos pizarrones
La octava voz mayor llega de la mano de un profesor, de un maestro, de un docente. Por supuesto no podíamos dejarla pasar hoy, 11 de septiembre, día en el que conmemoramos tamaña tarea, la de enseñar. Vicente nos ofrece la posibilidad de conocerlo desde los pizarrones y desanda su vida con humildad y pasión. Con 71 años sigue siendo un maestro que se “hace camino al andar”. ¡Feliz día, Vicente! ¡Feliz día, maestros y maestras! Vaya nuestro reconocimiento especial en un año que les obligó a reinventarse y a seguir aprendiendo. Gracias por su valía. Como dice Paulo Freire: “La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”.
“Tantos pizarrones”
Me llamo Vicente Capuano, tengo 71 años y estoy recientemente jubilado. Soy ingeniero, por esas cosas de la vida me transformé en docente, y fue una suerte, pues como dice una querida colega patagónica: “encontré mi lugar en el mundo”.
Para ayudar en esto de entender a quien escribe, sigo contando que desarrollé mi docencia en todos los niveles del sistema educativo, mucho más en el nivel superior que en el medio y primario, del que solo participé con seminarios y charlas. Traté de entender la problemática educativa y de investigarla, y hacia el final de mi etapa laboral, y solo por el placer de hacerlo, realicé un posgrado sobre educación científica: Magister en Enseñanza de las Ciencias Experimentales y la Tecnología.
Quiero comenzar por los sueños, los que aún me acompañan y los que quedaron en el camino. Incluso ante los que tienen cierto sabor amargo o los no realizados. Reflexiono que ha sido bueno tener sueños, porque ellos -que siempre incluyen grandezas- nos impulsan a intentar ser los mejores, a ser bueno en lo nuestro, lo que no es algo menor. Hoy eso sigue intacto en mi. Sueño con poder ayudar a los más jóvenes; sueño con escribir sobre mi pasado y mis experiencias, especialmente en el terreno de la educación científica; sueño con ayudar a crecer a mis hijos, nietos y sobrinos, especialmente a los más pequeños; sueño con que poco a poco vayamos logrando un país más justo; sueño con una sociedad más tolerante en la que se expresen menos desigualdades sociales, fundamentalmente económicas; y finalmente sueño con mantener viva la llama de los sueños, porque ellos son los que le dan sentido a la vida.
También quiero hablarles sobre lo que llamo “Tantos Pizarrones”. Hace pocos años, conversando con uno de mis hijos sobre la necesidad de defender en un pizarrón mi trabajo final de tesis de la maestría que les conté más arriba, él me dijo: “Papi, después de tantos pizarrones…” ¡No se imaginan lo que esa expresión produjo en mí! Me transportó a los más de 40 años frente a tantos pizarrones; de mi país y el extranjero. Pizarrones en los cuales, con el corazón en la mano, como en todo lo que hago, con aciertos y con errores, intenté transitar mi camino como docente. Coseché éxitos y fracasos, tal vez demasiados fracasos no esperados, pero aún con desiertos por delante, busqué nuevos caminos y poniéndome de pie después de cada batalla perdida, seguí avanzando confiando en que mi corazón sabía lo que hacía.
Tantos pizarrones intentando construir una nueva escuela, en una nueva sociedad, en un nuevo país, una nueva realidad latinoamericana, que finalmente, sumará a la creación de un mundo nuevo. Entre tantos pizarrones me pregunté ¿Es posible alcanzar ese propósito cuando solo se cuenta con el intento de construir contenidos de Física, de Ciencias Naturales, en las cabecitas de quienes te escuchan? Estoy seguro que sí. El conocimiento es un bien social, se debe a la sociedad, debe contemplar sus problemáticas y debe ser guía con sus propuestas.
Por llenar tantos pizarrones, resigné festejos, amigos y pasé muchos días lejos de mi familia. Conocí muchas almohadas, aprendí junto a mis alumnos, pocas veces me enojé, y también, creo que sin proponérselo, me lastimaron y tuve que parar para que cicatrizaran mis heridas. Aun así, sigo creyendo en mis alumnos, en la educación, en la escuela y en los maestros, y principalmente, sigo creyendo en la gente de mi hermoso país.
Por tantos pizarrones como dice mi hijo, me tomaron y me dejaron, me abrazaron y me soltaron, me convocaron y luego se olvidaron de mí, me abrieron puertas cuando me necesitaron y luego les pusieron candado para que no las atravesara, pero no impidieron que siguiera transitando mi camino.
Acabo de escribir sobre mi vida. Muchos de ustedes no me conocen, pero cada una de las reflexiones vertidas son como puntos que van dibujando mi persona. Si algo compartimos es el tiempo vivido y el que nos queda por vivir. Les cuento, y a no sorprenderse, estaba preocupado por cumplir 70. Qué se yo… un raro sentimiento del tiempo que pasó y de todo lo que quedó en el camino. Primero la sensación fue de resignación, de tristeza y de desesperanza, pero luego fue el renacer y decir: ¡manos a la obra! Y darme cuenta, como dice la frase de Ingmar Bergman que: “envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre y la vista más amplia y serena”.
Vicente Capuano
Córdoba
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