AL FILO DE LA VEJEZ ¡59 o 60 años no son nada!

Desde el Club de la Porota hemos tomado la decisión de seguir dándole voz a las personas envejecientes. Creemos fervientemente que las realidades se construyen desde la diversidad. Debemos comprender que la vejez es heterogénea como otras etapas de la vida, y que las narrativas que se construyen cultural e individualmente son tan variadas como cantidad de personas envejecientes en este planeta. 

Si bien somos conscientes que en nuestra propuesta muchas formas de vivir la vejez quedan de lado, no es adrede haber optado por visibilizar las que interpretamos o concebimos como potentes, positivas, activas… dignas. O sea, por aquellas voces de personas, como la mía, que a lo largo de nuestro recorrido vital hemos podidos satisfacer nuestras necesidades básicas. Gracias a ello, en este contexto tan disonante, hallamos en nosotros mismos un sinfín de recursos para poner en juego y conectar con la vejez que nos habita con mayor amorosidad, generatividad y empatía. Somos potentes cuando abrazamos nuestra luz y elegimos legarla. La inequidad y desigualdad atentan con ese derecho. Hoy le toca el turno a la voz de una envejeciente pionera en el liderazgo femenino, cuando ser líder mujer era un estigma. Una madre, abuela, profesional que es capaz de mirarse a sí misma, mostrarse vulnerable y compartir sus vivencias. Hoy, una gran amiga, Alejandra Torres. 

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Soy Alejandra Torres, abogada con más de 40 años dedicados a la transformación de las gestiones de gobierno. Trabajé en Argentina y en diversos países latinoamericanos como El Salvador, República Dominicana, Nicaragua, Guatemala y México en épocas convulsionadas como las que se vivieron en la década del 2000.

Durante todo ese tiempo fui responsable de mi conducta, de asumir y enfrentar todos los riesgos a los que me sometía la vida: desastres naturales, económicos y dificultades graves de salud. Siempre sentí que el hecho de levantarme, seguir y cuidarme era mi responsabilidad; sabía que además de mi existencia tenía la responsabilidad de cuidar de una hermosa familia.

Actualmente tengo 59 años. Me encuentro a 6 meses de cumplir los 60. Toda la vida esperé esta fecha y me preparé para ello. Mi ilusión es que en esta etapa comience la mejor parte de mi historia. Con una familia ya organizada y cumpliendo sus propios sueños e iniciativas, siento que es el momento de comenzar a dedicarme a mí. A desarrollar los proyectos que he debido postergar por los mandatos laborales y familiares. A sentirme más libre y vital que nunca.

Sin embargo, en estos últimos años vengo percibiendo con mayor fuerza el prejuicio que subyace en la sociedad moderna sobre las personas con más de 60 años. Resulta curioso observar que se percibe esta edad como un punto de quiebre, una bisagra en la cual uno pasa de ser joven a ser viejo; y se estigmatiza con valores extremadamente negativos a la población adulta mayor. Mientras los avances en la medicina y la salud amplían las posibilidades de vivir durante más décadas en condiciones saludables, se observa que el mercado multiplica sus barreras de discriminación para las personas mayores. En el imaginario común, un adulto de 90 es muy similar a uno de 70, algo tan absurdo como pensar que un chico de 10 es igual a una persona de 30, o una de 20 a una de 40.

La discriminación y los prejuicios abarcan diferentes dimensiones. Por ejemplo, ocho de cada diez búsquedas laborales excluyen explícitamente a los mayores de 45 años en Argentina. Constantemente se observan discursos estereotipados sobre los abuelos y abuelas como seres pasivos, cuya única tarea es el cuidado de sus nietos. Asimismo, las conversaciones y discusiones sobre creatividad, emprendedurismo y marketing también se encuentran sumamente sesgadas hacia la población joven.

Bajo la presencia de la pandemia, este prejuicio que percibo en la sociedad y en muchos líderes políticos se consolida. De repente, pasaré de ser una mujer vital, sin riesgo, propositiva y dinámica, a formar parte de una cohorte de personas en categoría de riesgo que se debe someter a todo tipo de restricciones: no poder salir a trabajar, no poder ir al médico, no poder caminar alrededor de mi hogar ¡hasta siento que me endilgarán la incapacidad de pensar! De pronto, mi sueño de aprovechar mi experiencia y mi madurez para desarrollar proyectos propios luego de tantos años de trabajo incansable, se ve -en cierto modo- cortado de forma abrupta.

Lo cierto es que no estoy dispuesta a aceptar estos limitantes ni siento que me encuentre sola. Las estadísticas nos muestran que existe una alta proporción de adultos y adultas mayores (más del 20%) que continúan trabajando de forma independiente o en relación de dependencia con igual interés y dinamismo que la de otras cohortes de edad. En Estados Unidos, los mayores de 50 años son responsables de más de la mitad del consumo y tienen más del 70% del dinero. Asimismo, los emprendimientos creados por mayores de 50 años duplican sus posibilidades de éxito que los fundados por personas de más de 30 años, y el rango etario con mayor actividad emprendedora es el “senior”. Esto se fundamenta en que los mayores contamos con más experiencia, conocimiento de mercado, carácter, liderazgo, capacidad para manejar equipo, lealtad, capacidad de resiliencia, habilidades básicas para enfrentar el desafío que impone afrontar pandemias, la tecnología, etc.

Soy una ferviente defensora de la actitud. No es la edad lo que te convierte en una población de riesgo sino la actitud que le ponés a la vida. Ni nuestra edad, ni nuestro género, ni nuestra raza, ni nuestras creencias religiosas deben ser impedimentos para desarrollar nuestros proyectos y cumplir nuestros sueños”.

 Alejandra Torres. 

 

Porota 

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