En el Día Internacional de las Mujeres, hablemos de vejeces
“Mujeres que no fueron tapa” (MQNFT) es un proyecto destinado a mostrar que los modelos que imponen los medios de comunicación, la publicidad, la industria de la moda y la cultura institucional poco o nada tienen que ver con la realidad de las mujeres.
Elegí estos textos, porque las personas mayores, no sólo hemos sido la niña – adolescente de “Las Mallas” sino también las “sonreidoras seriales” de “Micromachismos para desarmar:sonrisa”. Digo, seguimos siendo protagonistas. Digo, hay mujeres más jóvenes que nos miran, que nos observan, que están aprendiendo de nuestras prácticas, deseos, palabras, acciones. Digo, ¡atenti! preguntémonos: ¿de qué manera seguimos reproduciendo el estereotipo, los prejuicios, las imposiciones?, ¿cuánto de mi niña silenciada aún me habita? y la mejor, digo, preguntarnos: ¿qué podemos hacer hoy, con 60, 70, 80, 90, 100, 110 años para “aflojar la sonrisa, esa tensión de exigencia de nuestras mejillas. Para que aparezcan otras versiones de nosotras mismas. Otras verdades, otros sentires, otras rebeldías, otras potencialidades. Quizás versiones que necesitamos dejar aparecer. Quizás nos gustan más”.
Que el 8M nos permita ampliar la perspectiva, nos invite a construir juntas nuevas formas de amarnos, de aceptar lo que somos sin juicios. Frenar la violencia hacia nosotras es un imperativo que llega tarde cuando en nuestro cerebro siguen activándose miradas juiciosas sobre Otras. Aceptarnos, amarnos, esa es la tarea.
Porota.
Micromachismos para desarmar: Sonrisa
Por Selva Arín
Del Movimiento MQNFT
El mandato de belleza que nos pesa y disciplina desde que existimos como mujeres tiene múltiples caras, intensidades y formas, y es tan poderoso que a veces pasa inadvertido, como si fuera “natural” que las mujeres deseemos o aspiremos a ser bellas (hegemónicamente, claro) o si fuera parte de nuestra esencia.
Una de las dimensiones del mandato de belleza tiene que ver con la gestualidad asociada a la “femineidad”, a un manera específica de estar, de movernos y vincularnos socialmente que se espera de nosotras. Un modo de caminar, de comer, de sentarnos, de ocupar poco espacio, negar nuestra fisiología -no tenemos habilitado eructar, escupir, tirarnos pedos, rascarnos…tanto como los varones al menos-, que tiene que ver con agradar y complacer, no molestar, priorizar la comodidad de les demás.
La sonrisa en particular está en el centro de esa gestualidad. De las mujeres se espera que sonriamos. Es casi una obligación. Pero no es una sonrisa de alegría, de placer, de disfrute. No es una carcajada. Se nos pide una sonrisa aprobatoria y complaciente. Constante. Una sonrisa que decora nuestro rostro, que lo ilumina, que nos muestra amables y bienvinientes. La sonrisa como parte de la belleza implica entonces estar contenta, conforme con tu entorno, reasegurando al otrx, reconfirmándolx en su accionar. Una mujer seria cuestiona, incomoda, inquieta. ¿Cuántas veces nos han pedido que sonriamos? ¿Cuántas veces escuchamos que se le reclama sonrisa a una mujer? ¿Cuántas veces hemos sonreído desde la creencia de que así somos más lindas o nos presentamos mejor? ¿Cuántas veces hemos sonreído comunicando un estado que no era lo que sentíamos?
Hace unos días un papá le estaba por sacar una foto a su hija y le decía “a ver una sonrisa?” “sos más linda sonriendo”. Me hizo pensar todo lo que significa ese pedido, qué caminos, qué trayectorias y qué destinos sin mala intención a veces delineamos a las niñas. Esa niña sonrió pero en la imaginación de mi alma rebelde se le plantaba al padre y le decía “no tengo ganas”.
En estos meses de vacaciones, descanso y paseos, en que las fotos parecen ser el anclaje obligado de todo lo que vivimos, ¿tenemos ganas de posar? ¿Qué es posar para cada una de nosotras? ¿Sonreímos? ¿Esperamos que otros/as sonrían?
Aflojando la sonrisa, esa tensión de exigencia de nuestras mejillas, aparecen a veces otras versiones de nosotras mismas. Otras verdades, otros sentires, otras rebeldías, otras potencialidades. Quizás versiones que necesitamos dejar aparecer, quizás hasta nos gustan más.
Las Mallas
Texto del boletín de febrero de 2023 de MQNFT
¿Para qué dije que sí, si ya sabía que esto iba a pasar? Ya mientras nos saludábamos y hablábamos destodeaquello yo no dejaba de palpitar ese momento terrible. Desearía ser tapa de revista: “afamada púber muestra su silueta sin pudor”. Pero no.
Desde que llegué estoy desdoblada. Para afuera respondo y sigo la conversación, hasta sonrío. Pero para adentro vivo el terror del momento que se aproxima. La imagen se expande, me toma y va contaminando mis pensamientos.
¿Y si inventara que tengo una alergia al sol y me tengo que meter vestida? ¿O si algún vecino gritara “fuego, fuego”? Por favor !qué estúpida! Cuando necesito a la sensata e inteligente la niña idiota e inútil se presenta.
¿Para qué dije que sí, para qué? Si yo nunca voy a poder usar esas mallas.
Mientras estoy acá encerrada en el baño me las imagino riéndose, y yo dele sufrir mis blanduras, mis sobrantes, mis pocitos, mis defectos. Contemplándolas a ellas y a esas mallas diminutas, coloridas, insinuantes. Desde la percha, desde la vidriera y desde el maniquí se rien de mi esas mallas.
¿Para qué les dije que sí, que venía a la pileta? Si sabia que el momento de ponerse la malla iba a llegar.
Ya vinieron dos veces a tocar la puerta y preguntar qué pasa, si me siento bien, por qué me demoro.
Mientras les digo que nada, estoy un poco descompuesta, ya voy, métanse nomás, disfruten ustedes de la pileta
Disfruten de ustedes, de sus cuerpos, de las mallas. De la suerte de no ser yo.
Como si un milagro fuera a suceder, yo sigo sentada en el inodoro buscando en mi imaginario carenciado una distracción para que cuando me saque la malla estén mirando para otro lado y yo pueda zambullirme en el agua, en el ahogo de mi vergüenza y mi humillación
Odio este momento. En realidad, me odio a mi. ¿Por qué soy así? ¿Por qué no puedo cambiarme de caparazón como los caracoles? ¿O esos son los cangrejos? Me mareé.
Ya sé, eso, ahí está, les voy a decir que me bajo la glucosa y me mareé.
Pero por favor !¿qué te va a bajar la glucosa a vos, foodlover?! Claro, lo del mareo no va, lo del mareo no.
¿Y si les digo “Miren, el momento llegó… ya me hice señorita…”? No. Descartado. Ya saben que se me fue la semana pasada. Hablando de ese tema… tanto esperar y al final es esto crecer, hacerse grande. Ma, si, dejá, me hubiese quedado en los diez que estaba lo más bien.
Ya está, y para peor, empezó la guerra y yo soy el soldado, el arma y la secretaría de asuntos internos. Siempre hay dos o tres o cuatro voces que se disputan. Que tendrías que sentir esto, que no podés dejar que tal cosa te afecte, que esto, que lo otro. Siempre esa disputa mental entre lo que siento, lo que debería sentir y lo que demuestro. ¡Ay, cómo me cansa todo esto! ¡Qué cansada de ser yo!
A veces creo que preferiría tener pito. Pito es igual a vida más simple. Es más, creo que hasta incluso un día a mi mamá se le escapó que ellos querían un nene y vine yo. Claro, ahora entiendo. Todo es más fácil. Todo el día meta pelotazos, meta armas, meta guerra. A nosotras, en cambio, nos ponen a afilar las espadas para el ejército de adentro.
Y bueno, sigo acá. Pienso ¿me visto? No, mejor no. Dale, animate. No, ni loca. Paso del inodoro al espejo y del reflejo a mi cabeza descompuesta. Es como una foto de mi vida estos últimos meses. Me siento mal en el espejo, la mesa, el inodoro. Me siento horrible en mi cuerpo, sobre todo.
Sé que van a mirarme, sé que van a cargarme, sé que sospechan de toda la capa de grasa que me cuelga debajo de la ropa suelta, pero esto va a ser la confirmación.
Mientras asomo la cabeza y le susurro a la mamá de Male “mejor voy a llamar a mi mamá porque me siento mal, vomité, creo que me tengo que acostar”, siento asco. Asco de mí y de mi cobardía, asco de las desnudeces y esas mallas. Asco de no haber podido encontrar una mentira mejor. ¡Por Dios! “vomité”, ahora se van a dar cuenta de todo. Si soy la food- groopie número uno, por favor ¿quién se va a creer eso?
Abro la puerta del baño y, ya vestida, marco los números en el teléfono.
Cuando llegan a buscarme subo al remis y mi mamá me pregunta qué me pasa. Yo sigo desdoblada. Desdoblada y asqueada. ¿Qué voy a decirte, mamá? Nada.
Avanza el auto y se funde con el cemento, parece que se va a derretir. A las diez cuadras se confunde con el cielo, que se puso gris también, y se larga la lluvia.
“No, si soy idiota, otra palabra no me cabe”, pienso.
Ese gris amorfo va avanzando y se mete como un gas venenoso por las pupilas y no va a dejarme por un largo tiempo. Va a ser el cristal opaco por el que mire de acá en más.
Me gustaría ser calamar, para echar tinta y salir nadando lejos y libre.
De repente extraño a la abuela, ¿será porque con ella sí me animaría a hablar de todo esto?
Pienso “qué bien me vendría un heladito de frambuesa y dulce de leche ahora…”. Pienso que este remisero tiene olor a ajo y cara de sapo.
También pienso, es algo que varias veces pensé y me atormenta, y no puedo dejar de darle vueltas, simplemente, porque no le encuentro respuesta: ¿Cómo voy a hacer el día que me toque desnudarme frente al amor de mi vida? ¿Cómo voy a hacer para que, en vez de esto, en vez de este envase, pueda verme como de verdad soy?