La sabia autonomía de envejecer
¿Recuerdan la columna que escribí sobre autonomía en la vejez? Esa que hacía referencia a mi amigo Bernardo y su experiencia en la residencia para mayores donde vive hace poco más de medio año. Pues bien, un sinfín de comentarios, correos electrónicos y anécdotas volaron hasta mi cuan bandada de gaviotas. La mayoría ¡claro! confirmando la triste realidad de muchas instituciones que lejos de respetar la autonomía de sus beneficiarios, la violan sistemáticamente amparándose en la mirada frágil y desempoderada de la vejez. Sin embargo, hubo una historia que me llamó mucho la atención. Y como describirla sería un pecado, transcribo textual el correo que me enviaron.
“Querida Porota, mi nombre es Agostina. Hace poco leí tu columna sobre Bernardo y me dieron ganas de contarte acerca de mi abuelo Pascual. ¡El próximo sábado 7 de abril cumple 98 años y ya estamos todos invitados a celebrarlos! Gran entusiasta de la vida, junto a sus “ángeles”, como les llama a mi mamá y mis dos tías (sus hijas, obvio), ha previsto cada detalle para el festejo. Mi abuelo siempre mantuvo una vida activa, tan activa que trabajó hasta los 85. Muchos creímos que al morir mi abuela, él se sumiría en la tristeza, y si bien la extraña y llora en silencio, evidentemente las habilidades sociales, emocionales y físicas que desplegó a lo largo de muchos años le permitieron salir airoso. A veces lo miro y me pregunto… ¿cómo hace? Ya no tiene ninguno de sus siete hermanos. Obviamente hace décadas que se quedó sin padres (y eso que su mamá vivió hasta los 100). Ha velado a un centenar de amigos y, con la edad que tiene, me animo a aseverar que duerme con la muerte. Sin embargo, en unos días, estaremos todos chocando copas por un nuevo año compartido a su lado. Supongo que el paso del tiempo nos va curtiendo y preparando para amigarnos con la finitud. Supongo que en algún momento comenzamos a percibir la vida desde la muerte y la muerte desde la vida. Supongo que pintar la casa, viajar y organizar cumpleaños después de los 90 es el resultado de un recorrido atravesado por el aprendizaje y el amor a los instantes. Su cuerpo no le responde, está casi ciego y muy sordo. Las palabras tardan en salir esperando el impulso para poder pronunciarlas. Pero él sigue allí, de pie. Planificando, soñando, decidiendo, pidiendo, adaptándose, apoyándose, aceptándose… Su cuerpo perdió independencia, pero logró que quienes lo cuidan lo respeten. ¿Radicará allí la clave para envejecer? El arte de pedir y de hacernos respetar con amor, de entregarnos al cuidado de otros y otras es un desafío del que debemos empezar a hablar. Si cada vez vamos a vivir más años, es posible que en tan solo unas pocas décadas haya muchas personas como mi abuelo. Pues entonces, urge entrenarnos en aprender a pedir ayuda, a depender de los demás, sin sentir que cedemos autonomía.
Nada sencillo, porque nadie quiere dar a quien lastima ni pedir a quien no tiene. Coincido con vos Porota, cuando decís que envejecemos del modo en el cual elegimos vivir. Evidentemente, mi abuelo fue y es un hombre que dio y da mucho amor. Es una persona que confía, cede, consensua, acuerda y logra así, estar rodeado de los afectos, que en conclusión, son los estandartes fundamentales para recorrer el camino de la vida, del envejecimiento, de la vejez.
Gracias Porota por este espacio, y gracias abuelo por enseñarme que a vivir se aprende con otros y otras. ¡Feliz cumpleaños viejo querido!”
Porota
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