La soledad de la noche
En uno de esos días en los que la noche se hace larga, eterna, solitaria decidí ver una película. Elegí (valga la redundancia)”Nosotros en la noche”, protagonizada por Jane Fonda y Robert Redford. Sin dudas la casualidad no existe. Justo en el momento en que estaba por sucumbir ante el silencio impoluto, al cual aún no logro acostumbrarme, una sencilla película con dos grandes setentones viene a ofrecerme algunas respuestas.
El argumento es sencillo: un hombre y una mujer que compartieron toda su vida como vecinos, en la vejez y tras enviudar deciden acompañarse en especial a la hora de dormir. El argumento por momentos, parece estancarse. Hay diálogos que no se dijeron pero que están ahí, gritando en los silencios, en las miradas y sobre todo, en ese entendimiento mutuo bastante frecuente entre quienes hemos vivido muchos años.
Comprendí perfectamente los impasses. Creo que son esos atascos que sólo dejamos pasar quienes acumulamos vida. Hay ciertas cosas que ya no queremos ni debemos explicar: Que la vida es una aventura desafiante. Que el pasado ya no se puede modificar. Que pasamos por momentos difíciles. Que las lágrimas ya no brotan tan fácilmente. Queel recorrido es demasiado largo. Que las pérdidas reales y simbólicas aquejan. Qué esos lugares y momentos que estuvieron llenos de vitalidad, hoy yacen vacíos y ávidos de seguir latiendo.
Addie (Fonda) y Louis (Redford), no profundizan en sus historias. No remueven el pasado. Se están conociendo y han decidido compartir la sencilla cotidianeidad que los circunda. Sin reproches, sin exigencias. Así… como cada uno puede, con lo que son en ese preciso instante. Hay una madurez en el vínculo que sólo la pueden dar los años y el aprendizaje. Y sobre todo, ese deseo de amor que nos atraviesa en todas las etapas de la vida. Sin importar qué hicimos o quienes fuimos. En el medio, un niño que viene a unir y fortalecer ese vínculo y que ayuda a remover el polvo de los recuerdos guardados en un ático.
Casi no hay palabras, sino más bien, momentos, miradas, silencios. Ya lo dije, pero necesito reafirmarlo. No hay nada por esclarecer. La presencia del otro les es suficiente. La simple posibilidad de compartir una cena, una cama, un paseo en auto o una caminata por el pueblo.
Es que la vida nos propone pero no nos deja disponer. Nos va trayendo aquello que debemos abrazar. Por más doloroso que sea. No hay despedidas. No hay adioses. Simplemente reencuentros. Entre un hombre y una mujer. Con un hijo o una hija. Con un nieto o nieta. Con un vecino o vecina. Y así…
Finalmente, me dormí.
Más tarde, envalentonada, llamé a Rómulo y lo invité a compartir la noche.
Porota
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