Vejez y vulneración de la libertad personal

Hace un par de meses llegó a mi casilla de correos una extensa “carta” en la que una persona mayor había elegido contarme, a modo de catarsis y acto de sanación, una serie de situaciones que había definido como de “maltrato” y “violencia”.

 

Con sus hijos viviendo en el exterior, un marido fallecido y una casa demasiado grande para habitar sola, esta persona, a la que vamos a regalarle el nombre falso de Susana, un buen día, decidió escuchar el consejo de una sobrina e ingresar -por voluntad propia- a vivir en una residencia para mayores.

“Los primeros meses todo parecía normal hasta que, con el tiempo, me fui dando cuenta que había perdido tanto… incluso mi sonrisa”, detalló en un fragmento de su minucioso relato.

Susana es comerciante. Hasta hace poco atendía el negocio familiar que fundó con su marido hace más de 40 años. Fue madre, esposa y cuando los chicos crecieron, se recibió de contadora. Sus días eran intensos. Correr del negocio a la escuela, las tareas domésticas, las compras diarias, controlar los números y acompañar a los niños a crecer. Sus habilidades, competencias y conocimientos la fueron empoderando al punto de haber logrado ser una de las profesionales destacadas de su ciudad.

“Lo bueno me duró poco, Porota. Hoy pienso en todo lo que viví, en todo lo que hice, y no puedo creer tener que esconderme para escribirte este mail. Es que mi tristeza me ahoga. En qué pensé cuando me fui de casa. En qué creí cuando me ´enamoré´ de este lugar tan apagado, uniforme, sin vida”, detalló con una tristeza penetrante.

Susana no puede elegir qué comer, a qué hora y dónde hacerlo. Sólo sus amigos íntimos saben que de pequeña sus papás la llamaba “China”, el sobrenombre que siempre la acompañó. En la residencia es “abuela”, como todas las demás. Nadie se tomó el trabajo de preguntarle cómo le gustaría que la llamasen. “Hace poco me amenazaron con echarme si alguno de mis hijos no venía a firmar el contrato de residencia, como si mi firma y voluntad no fuesen suficientes”, escribió.

Tras medio año de estadía Susana sufrió una fuerte descompensación. La internaron dejándola cinco días en terapia intensiva sin posibilidad de hablar con algún hijo o amigo cercano. Los responsables de la residencia jamás aparecieron. Cuando finalmente le dieron el alta, Susana se enteró de que ya no tenía más vesícula. Muerta de rabia, enojo y tristeza regresó a la residencia para terminar de recuperarse a sabiendas de que le quedaba poco tiempo en ese lugar inhumano.

“¡Qué impotencia, Porota! tanto maltrato, tanta indiferencia, tanto malestar. De no haber salido de ese lugar para mudarme al hospital, jamás hubiese podido dimensionar tamaña vulneración de mis derechos”, escribió Susana entre signos de admiración.  

Actualmente, Susana vive sola en un departamento que alquila. Está mejor y de a poco, con la ayuda de muchas personas e instituciones, está saliendo adelante.

Susana conoció el Club de la Porota cuando googleando por casualidad encontró una de mis notas que habla sobre los derechos emergentes de la vejez de la Convención Interamericana de Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores.

Cuando finalmente nos conocimos en un típico bar del centro cordobés, le regalé una copia de la convención. Tras escuchar una vez más su historia, esta vez con ella enfrente, concluimos que muchos de sus derechos habían sido vulnerados tanto en la residencia como en el hospital en el que la habían operado sin su consentimiento.

Gracias a este importante documento, redactado de manera sencilla y clara, las personas mayores podemos dimensionar el alcance y la importancia de reclamar y defender derechos que jamás deberíamos haber cedido como, por ejemplo, el derecho a la libertad personal (artículo 13) que establece que las personas mayores tenemos derecho a la libertad y seguridad personal independientemente del ámbito en el que nos desenvolvamos. Susana pudo ponerle nombre al maltrato y a la violencia.

En apenas un mes estaremos conmemorando el “Día Internacional del Buen Trato a la Persona Mayor”… ¿cómo te gustaría visibilizar la imperante necesidad de comenzar a tratarnos mejor?

Porota


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