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Los hilos del tiempo

En esta oportunidad Miguel vino a participar del seminario internacional “Políticas de cuidado en la vejez, desde el enfoque de los derechos humanos”, organizado por Pami en Ciudad de Buenos Aires. Disfruté su charla inaugural por YouTube. Una frase me quedó resonando: “los viejos son el futuro. Se invierten miles de millones para prolongar la expectativa de vida. Hay estudios que indican que podremos llegar a vivir 200 años”. Anoche me desvelé. Su voz resonaba cuan eco: 200 años, 200 años, 200 años. 

Tic, tac, tic, tac, tic, tac. 

Mi celular se ilumina, entra un mensaje de Whatsapp. Es del grupo “Trazos y Palabras”, el taller de literatura en el que participo y que llevan adelante Natalia Brusa y Andrea Porello. Me resigno al desvelo, prendo el velador, busco mis lentes para ver de cerca y leo. Es un texto sobre el tiempo. Dice así: “Nos debemos una conversación con el Tiempo. Sentarnos frente a frente. Tomarnos un café, una cerveza o una buena copa de vino. Seguramente habrá reproches. Le diremos que voló, que fue muy de prisa, que nos obligó a correr, a madrugar y asimismo muchas veces nos dejó mirándolo desde atrás. También le podremos decir que no se detuvo lo suficiente cuando queríamos que durara para siempre. O que se hizo eterno cuando necesitábamos que volara. Y después de las primeras palabras, lo miraremos a los ojos y le diremos gracias. Por haber  pasado, por habernos ayudado a sanar, por habernos traído hasta acá. Y luego de que esté todo dicho, brindaremos por lo que resta hacia adelante; nos haremos amigos en la diferencia  y quizás abrazados nos levantemos de ese bar, y dejaremos esa esquina”. El texto me deja pensando. Se abren en mi mente un laberinto de imágenes, de palabras, y sin darme cuenta logro conciliar el sueño. 

Al otro día me toca asistir al taller. El Espacio Flowery (así se llama el lugar donde nos reunimos) me recibe con una alfombra de hojas secas. En la blanca pared se proyectan imágenes de relojes que se fusionan entre sí. El hall de ingreso exhibe más relojes de diferentes formas y tamaños. Me detengo en uno que me recuerda a los blandos de Dalí. Un ovillo gigante de lana roja decora la pared principal. Jugaremos, luego, con un Khipu (googlear) del mismo color. La luz es tenue. Tres mesas rodeadas de mujeres. Nos reunimos para conectar con el tiempo. Una vez más Natalia Brusa y Andrea Porello logran pausarlo; con arte, con poesía, con magia. Un tiempo sostenido, eterno, infinito. En la introducción al taller “Los hilos del tiempo”, nos presentan a “Kronos” quien nos comerá vivos si nos sometemos a él y a “Kairos”; el tiempo cualitativo de la vida. 

Nos convidan lecturas bellísimas. Las primeras poesías son de Gioconda Belli (Nicaragua 1948): “Compro un reloj que cuente más horas del día. Un reloj sin medianoche que me amenace con el desvelo o el insomnio. Un reloj donde alcancen lo mismo los deseos que las obligaciones”/ “Estoy viva como fruta madura, dueña de inviernos y veranos, abuela de los pájaros, tejedora del viento navegante”. 

Al rato se asoma la pluma de una periodista que admiro: Leila Guerrero. Es un sacrilegio lo que hago, lo sé, transcribir retazos de poemas. El espacio también tiene mucho de Kronos. 

Leila: “Antes que cierren la casa y vendan los muebles, hay que vivir. Antes que todo se termine(…) ¿Pero cómo?, ¿Cómo? ´Qué admirable el que no piensa que la vida huye/ cuando ve un relámpago´, escribió Basho. Admirable los que están en el tiempo sin pensar en él”. En ese tiempo detenido, en ese engaño a la dictadura del reloj, las lecturas se superponen, juegan, danzan, se abrazan. Cierro los ojos y escucho otro relato: “Oh, mi valiente alma querida. Bienvenida. Pasa, pasa. Te estaba esperando. Sí, a tí y a tu espíritu. Me alegra que hayas encontrado el camino que te ha traído hasta aquí. Siéntate un rato conmigo. Vamos a robarle unos momentos a todas esas cosas por hacer. Ya habrá tiempo de todo eso después” y sigue. Clarisa Pinkola Estes (Estados Unidos 1943). 

Así, sin darnos cuenta, coronamos tres horas sin tiempo /¿paradoja?/ con un gran hallazgo (por lo menos para mí). Andrea y Natalia, artesanas de la fusión de mujeres de todos los tiempos, nos compartieron la frutilla del postre: 

Aumentan los ancianos.
Por fin el universo quedará arrugado.

Hay estrellas en las que los seres no hablan.
Tan sólo se miran. No son gregarios. Viven solos y se multiplican durante los procesos nocturnos. 

Viven para el gozo y la quietud. Al más leve sufrimiento, caen fulminados. Es su voluntad, consideran que es ajeno a la vida. 

Los gérmenes de las estrellas no pueden ser evitados.

Cecilia Vicuña (Chile, 1948)   

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Universo arrugado. 200 años, tic, tac, 200 años.  A lo mejor, mi querido Miguel, a lo mejor llegaremos a vivir muchos más años de lo esperado. Mientras trataré de estar, de vivir, de habitar mi presente, sin pensar en el reloj. 

Porota. 

*Conocé más de la propuesta de “Trazos y Palabras” impulsada por Natalia Brusa y Andrea Porello en Espacio Flowery en Instagram @trazos_y_palabras

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