Pequeños milagros
Alicia Brana tiene 88 años y es de González Catán, Provincia de Buenos Aires. Su madre, una mujer de fe, le transmitió esto desde pequeña. Por lo tanto, cuando Alicia repasa su historia, es imposible no asociarla con pequeños milagros que fueron sucediendo y que hoy agradece. A continuación, su relato, la cuadragésima primera voz mayor.
Mis pequeños milagros
Desde el momento de mi nacimiento estuvieron conmigo, después de que mi mamá tuviera que pasar por 20 abortos naturales, nací yo. Los médicos dijeron que era un verdadero milagro. En agradecimiento, mi mamá me puso de nombre “Alicia Josefina Rosario”. Alicia por mi madrina; Josefina y Rosario por San José y la virgen del Rosario.
Después de mi, mi mamá no pudo tener otro bebe, pero tenía un gran cariño a los niños que me lo trasmitió y siempre me rodeaba de amiguitos que compensaban la falta de hermanos.
Nací prematura y tuve dos bronconeumonías que dejaron muy débil mi sistema respiratorio, bronquios y bronquiolos. Esto significó que en mi infancia no pudiera correr y llevar una vida normal como los demás niños. En el invierno estaba un mes en cama.
Tuve que ir a maestra particular de ocho a diez años, porque a los seis años me enfermé mucho. Los doctores recomendaron que tenía que estar alejada de los niños de la escuela para no contagiarme. Era niña, y de la primera y segunda infancia recuerdo el amor de mis padres quienes vivían para que yo estuviera bien y feliz. ¡Eran maravillosos! Hace 60 años no había antibióticos, ni broncodilatadores, ni nebulizadores. Mis padres continuamente estaban ocupados en mí, me veían muchos médicos y eso costaba dinero. Seguí con problemas respiratorios hasta los doce años que me llevaron a ver a un especialista en unquillo, Córdoba. Un médico con mucho carisma y conocimiento que me dijo que con ayuda de él me jugaría una carta brava: o me curaba o quedaba una asmática crónica. Me la jugué y salí adelante. Otro pequeño milagro.
Mi mamá era una persona de profunda fe y me la transmitió desde pequeña: el amor a las cosas de Dios, la bondad hacia los semejantes, a los enfermos, que, luego despertaría mi vocación de docente y médica. Mi papá era jefe del Ministerio de industria y comercio. Ella era jefa de la escuela de parteras, 4° año de la escuela de medicina, trabajadora social. Era inteligente, buena y servicial. A la edad de 17 años, mi mamá, jefa de la escuela de obstetricia le enseñaba a estudiantes de medicina y parteras. También me enseñó para que la acompañara a hacerlos, en González Catán no había sala. No había sueros ni enfermeros, solo la pericia y el conocimiento de mi mamá,obstetra y asistente social. Los partos eran naturales, espontáneos y aunque vinieran complicados los resolvíamos, partos de seis kilos sin episiotomía,toda clase de patologías, niños con cordón umbilical anudados ,asfixiados etc.
Empecé estudiar en el barrio de Flores en esa época era una hazaña estudiar, muy pocas personas lo hacían, no había tele, hasta los sábados había colegio. Un colegio adscrito al normal número 3, muy severo pero me facilitó los estudios a la universidad a pesar de mi salud, siempre tenía mi fe en Dios y en la Virgen. A los veinte años ya era una flamante maestra bachiller y entré a medicina.
A los 21 años me casé con un compañero de estudios, lo sorprendente fue que cuando dijeron su apellido, parecía que el Espíritu Santo me hablaba y me decía que ese iba a ser el apellido del padre de mis hijos, pero no mi gran amor, ese vendría más tarde. En ese momento, vi como una película ante lo que pasaría después. Un nuevo pequeño milagro.
Durante mis estudios tuve 4 hijos, el último vendría después de un año de recibirme de médica. En aquellas épocas con mi esposo tuvimos que hacer muñecas de trapo, cocíamos pelotas de fútbol… ¡teníamos una escuela primaria en mi casa! Dábamos clases a niños que hacían libre el primario o tenían alguna dificultad en el aprendizaje. Además, Fernando trabajaba de noche como operario de una fabrica, y yo cobraba morosos de un club judío Macabi. Fue una experiencia intensa que hoy recuerdo con nostalgia y alegría. Mi vida ha sido un devenir de pequeños milagros.
Alicia Brana, 88 años
González Catán, Buenos Aires