Sin empatía no hay igualdad
El 10 de diciembre se celebra el Día de los Derechos Humanos para conmemorar la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, como un compromiso global por la dignidad, la justicia y la igualdad.
Dicha fecha es un llamamiento a recordar el pasado y proyectar el futuro. Tuvieron que pasar cientos de guerras, masacres y desprecio por la vida humana para que las personas tomáramos conciencia. La Segunda Guerra Mundial dejó un saldo de 80 millones de víctimas fatales. ¿Se dan cuenta de la magnitud?
Las víctimas de la Segunda Guerra Mundial fueron tanto combatientes como civiles, que sufrieron violencia en los enfrentamientos armados, bombardeos sobre ciudades, violaciones a los derechos humanos, hambrunas y los rigores del clima.
El Holocausto fue el máximo exponente de las violaciones a los derechos humanos, con la deportación y reclusión en campos de concentración de millones de personas. Un ejemplo de esto es el campo de concentración de Auschwitz, donde murieron alrededor de 1.100.000 personas deportadas desde 1940 hasta su liberación en 1945.
En 1948, en plena reconstrucción de Europa y de buena parte del mundo, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Convención de los Derechos Humanos. Dicha convención consta de 30 artículos. El primero de ellos, reza: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Con el correr de los años se fueron generando nuevos acuerdos y una nueva toma de conciencia acerca de los derechos de, por ejemplo, los niños y niñas, del colectivo LGBTIQ+, las personas con discapacidad, las minorías, las mujeres, entre otros. ¿Y las vejeces, y las personas mayores?
La única mención a la vejez en aquel documento de 1948 se encuentra en el inciso 1 del artículo 25: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”.
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Isolina Dabove, docente e investigadora, especializada en Filosofía del derecho y Derecho de la vejez, en un artículo titulado “Envejecer con derechos. Desafíos y estrategias de inclusión para la región” explica: “Existe, en la actualidad, una Convención Interamericana sobre la protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores. Sin embargo no existe una Convención Internacional que garantice los derechos de las vejeces. El combate contra los viejismos exige implementar políticas públicas, desarrollos económicos, derechos, y programas educativos, científicos y artísticos, centrados en el respeto de la persona mayor, su autonomía, su participación, su asistencia y su acceso a la justicia, en igualdad de condiciones que todas las demás. En palabras de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, nuestras democracias aún adeudan el desafío de suprimir la discriminación histórica y la actual situación de exclusión que viven las personas mayores de las Américas (Dabove, 2006 y 2018)”.
La duda me asalta. ¿Cuál es la importancia de estas convenciones? ¿Cómo se aplican estos acuerdos entre naciones? Estas convenciones son fundamentales porque establecen estándares mínimos para garantizar derechos y actuar como guías para las políticas públicas. Sin embargo, su aplicación varía entre países, dependiendo de factores como el compromiso político, los recursos económicos y la presión de la sociedad civil. En el caso de la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, su implementación aún enfrenta retos en muchas naciones de América Latina, donde persisten discriminaciones estructurales y falta de accesibilidad a los servicios básicos para las personas mayores. En este sentido, Isolina Dabove, remarca: “El reconocimiento de derechos debe fortalecer el sentido de pertenencia, a través de la inclusión y de la participación social de las personas mayores, propiciar la formación de redes, u organizaciones y la apertura de espacios para que puedan expresar su capacidad productiva, sus habilidades para resolver los problemas que los involucran, tomar decisiones y mejorar las condiciones sociales de vida. Junto a ello, es prioritario poner en marcha programas de educación en todos los niveles formales (primarios, secundarios, terciarios y universitarios) y en los sistemas no formales (como tareas de extensión y difusión al medio mediante redes sociales y medios de comunicación). Sin dudas, todos ellos constituyen pilares fundamentales de la transformación social que la cultura no “viejista” requiere en la actualidad”.
Los programas y políticas de estado son importantísimos para avanzar hacia un ejercicio pleno de los derechos de las personas mayores.
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Antes de terminar, es importante recordar que el camino hacia el reconocimiento efectivo de los derechos de las personas mayores todavía enfrenta desafíos globales. Aunque existe la Convención Interamericana, su implementación requiere no solo políticas públicas, sino también un cambio cultural profundo que nos involucra a todos como sociedad. Como dice Dabove, “sin empatía, no se garantizará la igualdad.” Este es un llamado no solo a los gobiernos, sino también a cada uno de nosotros.
Me gustaría cerrar con esta precisa cita de Dabove: “En definitiva, para envejecer con derechos, la política debe asumir que sin empoderamiento no habrá respeto de la unicidad o singularidad de cada persona mayor, ni de la diversidad social del envejecimiento poblacional. Sin desarrollo de la empatía no se podrá garantizar la igualdad, una de cuyas fuentes radica en la capacidad de comprensión de los demás. Sin sentido de pertenencia, no podrán constituirse comunidades incluyentes, ni mundos jurídicos, ni sistemas judiciales que respeten a las personas mayores como fines en sí”.
Por Gringo Ramia. Especial para El Club de la Porota