Una experiencia olvidable
Como ya saben queridos envejecientes… hace varias semanas compartimos las voces de muchas personas mayores que, como vos, como yo, tienen mucho para decir y compartir en este contexto. Juan Carlos Toledo es un viejo periodista de Córdoba. Con su pluma intacta y la sinceridad a flor de piel nos regala estas líneas. Te las comparto con el respeto y cariño de cada encuentro. ¡Gracias!
Porota.
“Siempre amé la vida… quizás por eso pude sobreponerme a todo. La libertad es mi meta, el respeto y la tolerancia mis objetivos. Entiendo que son valores innegociables y por eso es que personalmente me siento agredido por esta “Cuareterna”.
Es innegable que hay una pandemia. No lo voy a discutir. Considero que los gobernantes exageraron en meter miedo a la población y aprovecharon la oportunidad para efectuar ajustes en sueldos y salarios y otras conquistas laborales que en tiempos normales no se habrían atrevido a ejecutarlos por temor al alto costo político.
‘Quédate en casa y cuídate’ es la máxima expresión del miedo impuesto. Por si eso fuera poco te tiraron la responsabilidad de la expansión del virus advirtiéndote que si vos te cuidas nos cuidas a nosotros.
Estos días de interminable cuarentena los asumo con respeto, esencialmente a mi familia que -como siempre- me quiere sano y eterno. Siento su cariño y su preocupación porque además de ser una persona mayor soy paciente de alto riesgo por mis problemas cardíacos, pulmonares y de hipertensión. Por eso no he salido, aunque no he dejado de pensar en rebelarme ante un miedo que no siento.
No le temo a la muerte. Sé que esa es la posta ineludible, la hora final implacable. Por eso me identifiqué rápidamente con un pensamiento que escuché cuando la televisión francesa entrevistó a un lúcido anciano que negaba tenerle miedo a la muerte por Coronavirus recordando que: “Todos debemos morir un día, pero los demás días no…”.
Con ello daba un ejemplo de que debemos vivir sin miedo a la fatalidad; tomando las precauciones que la hora indica debemos vivir. No estamos muertos…quizás sí sometidos por este miedo que va más allá de la pandemia. Se avizora que cuando esto pase nada va a ser igual. Que debemos acostumbrarnos a vivir en la “nueva anormalidad” con derechos constitucionales y laborales arrasados, sin transporte público y aceptando todo sin protestar en aras de una solidaridad, deliberadamente mal aplicada, distorsionando un concepto tan elevado en una sociedad que busca ser igualitaria.
Recibí gustoso el pedido del Club La Porota para que expresara mi opinión frente a esta circunstancia -yo diría histórica- que nos toca enfrentar. Como lechuza vieja y cascoteada he estado frente a otras grandes epidemias. Primero en la adolescencia, allá a mediados de los 50 del Siglo XX cuando la Poliomielitis dejó un triste saldo de muertos y paralíticos, truncando el sueño de niños con ambiciones deportivas.
Primero Jonas Salk con su vacuna inyectable y después Albert Sabin con su vacuna oral se constituyeron en una férrea barrera contra la Polio. Años después, en la década de los 70 del siglo pasado, ya hombre y padre de familia, me tocó enfrentar la terrible epidemia de Gripe Asiática con dos hijos pequeños a los que logré, no sin esfuerzo, vacunarlos ante la escasez de dosis existentes.
Fueron dos momentos difíciles en el que el miedo no me inmovilizó. Con la Polio perdí amigos de la infancia y vi a otros sufrir por muchos años arrastrando sus secuelas. Con la gripe las consecuencias también fueron graves. Entonces trabajaba en Radio LV2 y en el Diario Los Principios. En ambos medios la gripe atacó fuerte y muchos compañeros lograron sobrellevarla tras varios días de ausencia en el trabajo. Lo mismo ocurrió en los principales centros industriales y comerciales de entonces.
La actividad en general se resintió pero no se paralizó. Desde el ámbito oficial no se apeló al miedo, sino a la responsabilidad de la población. La situación se superó aunque en muchas familias quedó ese dolor profundo por la pérdida de un ser querido.
Hago estas reflexiones, porque creo en la responsabilidad de la gente que la demostró acatando la imposición de la eterna cuarentena. Sería necio si no aceptara su necesidad frente a un enemigo invisible. Considero que se exageró en su uso y en la imposición del miedo.
Los protocolos no funcionaron, como pomposamente se difundió. Los hospitales se convirtieron en un terror público. Las detenciones por su incumplimiento sembraron más miedo. A esos viejos que se decía cuidar se los sometió a una zozobra insuperable y lo que es peor a dejar de lado el tratamiento de enfermedades crónicas.
Como periodista jubilado, después de una larga trayectoria en los medios, creo que además de la eterna cuarentena debió aplicarse un protocolo más riguroso para que las personas mayores acudieran sin temor a los centros asistenciales.”
Juan Carlos Toledo