1° de octubre, día de las personas de edad
El 1° de octubre es el Día Internacional de las Personas Mayores. Establecido por la ONU en el año 1991 y consolidado tras la sanción de la Convención Interamericana de los Derechos Humanos de las Personas de Edad (2015). Se trata de una fecha que cada vez más deberemos ocuparnos de recordar y conmemorar. Ya lo destacó en su momento el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre envejecimiento (2002): resulta imperante trabajar en la creación de una sociedad incluyente “para todas las edades, en la cual las personas mayores puedan participar plenamente, sin discriminación y en condiciones de igualdad”.
Pues entonces… a poner el foco en los derechos de Susana que fue institucionalizada en un “Hogar de ancianos” sin su previo consentimiento. O en los derechos de Carlos, que se quiso casar con su novia de la vejez y sus hijos se lo impidieron declarándolo insano. O en los derechos de Mirta que no dispone de su dinero perdiendo casi toda su jubilación en manos de sobrinos y cuidadores. O en los derechos de Graciela, quien muere de tristeza cada vez que la bañan con la puerta abierta. O en los derechos de aquellas personas mayores que desean emprender proyectos, conseguir créditos y subsidios, estudiar o aprender, sin miramientos, recelos o estereotipos.
Cuando uno lee la Convención aparece de manera recurrente la palabra dignidad. Ser dignos nos hace merecedores de un “algo” de calidad aceptable. En este sentido, no estamos hablando de “algo” utópico difícilmente justo, sino de una justicia que se quedó a mitad de camino y que cedió a sus oponentes su máximo poder, el de la dignidad. Amasar una y otra vez las palabras de la Convención. Leerla de adelante para atrás y de atrás para adelante es y será un desafío constante de los viejos de hoy y de los que vienen detrás. De los niños, jóvenes y maduros. En definitiva, hacer propios los principios del tratado internacional. “Hay que habitar la vejez”, esboza con énfasis mi amiga Cristina. Habitarla con la niña, la adolescente, la joven, la mujer que fui y que soy. Con la vida y sus recovecos, desafíos, desvelos, dolores, alegrías, tristezas…
¡Yo que puedo, yo que quiero!
¡Nosotros! los que elegimos amigarnos con el espejo, con las arrugas, con la soledad, con la eterna impermanencia del amor y con esa fuerza que brota de lo más íntimo de nuestro ser invitándonos a sosegar los miedos y a desandar la incertidumbre. Tenemos el deber casi tatuado de proteger y protegernos. En concreto, de cuidar. Cuidar el envejecimiento propio y el de los que vienen detrás. De promover el buen trato en cualquier edad. Sea hombre, mujer, transexual, religioso, agnóstico, rico, pobre, amarillo, blanco, negro. Sin oposiciones, sino en el más estricto de los estados complementarios. ¡Va en serio!
Envejecer es un logro, es una conquista nuestra, del ser humano. ¿Acaso en el siglo XV iban a soñar con conocer a sus bisnietos? Y ahora que los conocen… ¿se imaginan sin ellos? Acaso se iban a figurar trepados por los andamios de nuevas aventuras y… mírennos ahora, MIRENME AHORA escribiendo para redes sociales y medios de comunicación en los que jamás pensé incursionar. Con pantalones de jean, zapatillas intervenidas y canas platinadas que brillan con el radiante sol de primavera.
El 1° de octubre no es un día más en el calendario de las efemérides de la nueva era. Tampoco la excusa perfecta para teñir la vejez de grises y retratarnos haciendo fila en el Pami, en Anses o dándole de comer a las palomas de la plaza del pueblo. El 1° de octubre es la fecha para hablar de la vejez en primera persona. Para mostrar la diversidad y dar cuenta de que llegamos a viejos tras haber pintado una huella de infinitas experiencias. Que no todos envejecemos del mismo modo. Que el destino, la coyuntura, las condiciones bio-socio ambientales, educativas y culturales,pero, sobre todo, las personales son las que, marcadas a fuego, nos irán fijando un rumbo, un modo de vivir, o de envejecer (que es lo mismo).
Como supo decir José Martí (La Habana 1979) “…los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan”.
Porota.