¿Cómo se llama la obra?
Bienvenidos. Esta obra consta de 3 actos. Les pedimos por favor que silencien sus celulares. Pónganse cómodos y disfruten. La función está por comenzar.
Primer acto
Ayer hablé con mamá. Me llamó al teléfono fijo. Cuando suena sé que es ella. Hablamos sobre los temas principales, trabajo, nieto, salud, el tiempo, sus plantas, las hormigas, algún reproche a papá. La charla fluía tranquila y se encaminaba a ese “bueno” que antecede el final y la escucho suspirar profundo.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, hijo. Todo bien, pasa que… ¿Querés que te cuente la última?
Y antes de que pueda responder con un obvio “sí”, arranca a contarme su odisea para hacer un simple reclamo a Personal (la empresa comunicaciones). Idas y vueltas, pulsando números, yendo por los laberínticos pasadizos de la comunicación, donde la atendía una persona, que luego le decía que no era ella quien podía responderle su consulta y la transferían con otra, y esa otra le decía que tenía que tener la aplicación de noséqué “y yo no manejo nada de eso, hijo, vos sabés”. Sí, claro que lo sé. Mamá tiene 75 años. A duras penas aprendió a mandar audios por whatsapp (y los usa como si fuera el teléfono fijo) No maneja la tecnología, no quiere manejar la tecnología y está bien. Ella sólo quiere que alguien le diga por qué le facturaron el doble por el mismo servicio. No lo consigue. La mandan a escanear algo, a descargar otra cosa, a hacer reconocimiento facial, a esto, a lo otro. “¿Vos podrás ayudarme?”, sí, viejita, yo te ayudo. ¿Qué pasa con las personas mayores que no tienen nadie para ayudarles? ¿Y la persona que la atendió no estaba en condiciones de solucionar su problema? ¿O el problema es que mi mamá es vieja?
Antes de despedirse me deja sus sensaciones rebotando: “extraño cuando las cosas eran más simples”.
Segundo acto
Recibimos un correo electrónico de una fiel seguidora de El Club de la Porota:
Hola, mi nombre es Isabel Nieto y vivo en el barrio General Paz. Soy una adulta mayor, orgullosa de serlo, y que, por suerte, pudo jubilarse con la mínima. Les escribo para agradecerles y comentarles algo que me sucedió hace unas dos semanas. Debo aclarar que conozco el sistema, ya que hace más de diez años acompañé a mis padres en su momento, y por trabajo también he acompañado a otros adultos mayores y peleado con PAMI.
Además, quiero dejar claro que PAMI no fue, ni es, ni será gratuito; a nosotros nos descuentan para contar con la obra social. Quizás no es un monto significativo, pero la jubilación tampoco lo es.
Les cuento mi caso: desde que me jubilé, hace unos dos años, voy cada tres meses al cardiólogo designado por PAMI (que tiene cupo). Cada vez que voy, veo que no suele atender a más de cinco o diez pacientes. Yo tengo arritmia, así que estoy medicada y me hago estudios como electrocardiogramas y ecocardiogramas.
Pedí un turno para colocarme un Holter, y me lo daban recién para enero de 2025. Solicité en otra institución y me lo dieron de inmediato. El electro me lo hice en el lugar donde está mi cardiólogo, y es por orden de llegada. Esperé a las secretarias por alrededor de una hora para que me atiendan, y luego me hicieron el electro tras otra hora de espera (¡todo el estudio tomó sólo quince minutos!).
Después de eso, quien me hizo el estudio me dijo que debía solicitar un código QR a las secretarias. Cuando lo hice, me pidieron que sacara un número nuevamente. Así, finalmente, me dieron lo indicado.
Después de hacerme el electro y el Holter en otro lugar, pedí turno en el hospital para noviembre con mi cardiólogo. Las secretarias, con toda frescura, me dijeron que llamara después del 20 de noviembre, porque tenían turnos recién para enero.
Este mensaje es para solicitar, pedir y exigir que se nos trate mejor, humanamente. Lo merecemos, tanto por parte de PAMI como de sanatorios, hospitales, secretarias y médicos.
Muchos de nosotros, incluyéndome, no manejamos la tecnología a nivel “súper”. Nos dicen: “Saque número en la pantalla, déme el QR, la credencial virtual, use la app de PAMI, muéstreme su celular. ¡Perdón! O nos dicen: “No entregamos informes, sáquelo del portal de pacientes”. Vamos lentos, tal vez, pero vamos. ¡Exijo mis derechosssss!
Tercer acto
Carolina Trogliero, Economista especialista en ciencia de datos explica lo que es la brecha digital, focalizando en las personas mayores:
“La brecha digital es la desigualdad en el acceso y uso de tecnologías digitales entre distintos grupos, influida por factores como género, edad, nivel educativo y discapacidad. Las personas mayores son uno de los grupos más afectados: tienen menos acceso y habilidades tecnológicas, lo que limita su aprovechamiento de Internet. Según el INDEC, en 2021 más del 40% de las personas mayores de 65 años en Argentina no usaban Internet, y el 81% no tenía computadora. Esta brecha impacta en su calidad de vida al dificultar el acceso a servicios digitales como turnos médicos, homebanking y comunicación. Además, muchas personas mayores sienten inseguridad al usar tecnología: 4 de cada 10 temen equivocarse, borrar datos o sufrir estafas, y 3 de cada 10 han sido víctimas de intentos de estafa durante la pandemia. La falta de accesibilidad en plataformas digitales también es un obstáculo. Promover el acceso y formación digital es esencial, con dispositivos asequibles y programas de capacitación”.
Baja el telón
¿Cómo se llama la obra? No hay remate, no hay chiste. Y no hay una palabra que defina todos los sentidos que se cruzan en las experiencias de las personas mayores ante las instituciones, las nuevas tecnologías y el otro u otra. Existen dependencias del estado encargadas de velar por los derechos de las personas, por supuesto, pero… ¿y la empatía? ¿Y el mágico mecanismo de ponernos en el lugar del otro? ¿Y la solidaridad? Isabel, Oscar, Pedro, Norma, Pepe, Chuña, Graciela, Sebastián, Brian, Daniela o Porota: sos vos, ahora y en el futuro, ahora y en unos años, ahora y siempre. Envejecientes somos todos. Ayudá, colaborá, entendé, comprendé y actuá. Es hoy.
Por Gringo Ramia, especial para El Club de la Porota