A pesar de todo seguimos cantando
Susana Carranza. 73 años. Militante de la vida, activista, compañera. ¡VIEJA IDEALISTA!
Así la presentamos en Años Con Voz. El encuentro que el año pasado impulsamos desde “El club de la Porota” con el propósito de darle voz a los años. Susy fue una de las mujeres del Cordobazo*. Susy es un claro ejemplo de que envejecemos del modo en que elegimos o podemos vivir. Su energía y fuerza la trascienden. Si bien el aislamiento la puso en jaque, ella siempre se reinventa y sale adelante. Lo lleva en la sangre, reinventarse es parte de su ser. Hoy traemos sus palabras y las compartimos con el deseo de que vuelen alto y permanezcan en el aire para que aquellos que aún no saben lo que fue envejecer en tiempos de pandemia puedan imaginarlo a través de estas voces prestadas. Gracias, una vez más.
Porota.
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El 13 de marzo tuvimos la última clase de Percusión y celebramos el cumpleaños del profe Lukas (Lukas Esquivel, músico y director de Fuerza Mayor**)
Hoy, hace más de 105 días que se terminaron los cafecitos después de clases en algún bar cercano a la CECOPAL (Centro de Comunicación Popular y Asesoramiento Legal), nuestro lugar de encuentro. A partir de ese momento comenzaba otra realidad. En contrapartida llegó el “mami quedate adentro, no salgás para nada, nosotras te hacemos las compras”.
Todo se iba poniendo más complicado. Nuestra cuadra empezó a estar desolada. Transcurrieron los días. Salía -únicamente- al jardín para tomar un poco de sol, y cuando pasaba alguna persona conocida, conversábamos de lo que estaba pasando. Me crié en este barrio, en Villa Revol, a metros de la cancha de Talleres***. Acá nos conocemos todos los y las vecinas. Fueron pasando los días de marzo, la situación se iba agravando. A veces estaba muy enojada.
En eso, un grupo de venezolanas me invitó a sumarme a un espiral de mujeres en cuarentena a través de un grupo de WhatsApp. También lo integramos mujeres argentinas, colombianas, peruanas y españolas. Todos los días intercambiamos saludos e información. Es un espacio muy profundo donde nos contenemos entre todas.
Recuerdo el primer domingo que almorzamos solos mi marido Manuel y yo. Lo hicimos casi en silencio. Teníamos mucha tristeza. Creo que toda la primera etapa de este aislamiento estuve enojada . Con el paso del tiempo me fui acomodando a la situación. Comenzó abril. No me acuerdo en qué momento empezamos a salir a la noche para aplaudir al equipo de salud. Era el instante del encuentro. Recuerdo a Nacho y Felipe aplaudir -los niños de la cuadra-, el día que sumamos música aparecieron parlantes inmensos en las ventanas, y la canción “Resistiré” se escuchó en toda la cuadra. El 7 de abril cumplí 73 años. Disfruté de un día lleno de sorpresas. Desayuné en la cama. Manuel me trajo el desayuno en una bandeja arreglada con un repasador. Se asomaba un merengue grandote con dulce de leche que compró Martín, mi nuevo vecino de 37 años.
Hice un gran esfuerzo para no llorar. A lo largo del día recibí muchos saludos. Más de los que hubiese recibido en un cumpleaños normal. Tantas muestras de afecto me tenían con las emociones a flor de piel. A las 20h mi amiga Delcia entró gritando: “Susy, veníiiii” Salí corriendo y… ¡sorpresa! mis vecinos y vecinas me cantaron a viva voz el “cumpleaños feliz”. Fue el cumple más atípico y uno de los más hermosos.
El aislamiento continuó. Los domingos fueron tristes y difíciles. No tenía ganas de levantarme. Pensé en que no podía ser tan injusta con Manuel; “Él no se merece que no me cuide. Todos estamos mal con lo que sucede. Susy, dejá de ser egoísta y mirar tu pupo. Él hace mucho esfuerzo para sobrellevar esta situación. Su mamá tiene 93 años y vive sola, eso nos preocupa”, me dije.
Cuando comenzó este aislamiento pensé: “Tengo que organizarme y hacer una rutina diaria o me volveré loca encerrada”. Preparé lanas, comencé a tejer. Un par de horas tejo, otras leo. Volví a leer y estudiar las Flores de Bach.
Por primera vez en años, el 1° de mayo no preparé locro. Fue una tradición recibir amigos y familiares para esta fecha. Sin embargo, ese día no tenía ganas de cocinar. Transité el mes de mayo tejiendo, saliendo al sol y leyendo, esperando los lunes para mi clase online de percusión.
De a poco pude recuperarme, y el 25 de mayo -con alegría- hice locro. Desde su casa, mis hijas ayudaron pelando y cortando zapallo… comenzó el desfile de ollas por la cuadra.
Junio vino lleno de recuerdos. Mis padres fallecieron en junio y esta vez sentí sus ausencias más que nunca. Muchas veces lloré a escondidas esos dolores profundos de duelos guardados que me acompañarán siempre.
El 3 de junio a pesar de la cuarentena salimos al ruidazo convocado por “Ni Una Menos”**** porque las mujeres merecemos una vida sin violencia. El domingo 14 de junio volvimos a almorzar en familia. Brindamos con una botella de champagne que me regalaron para mi cumpleaños. Volvimos a reírnos gracias al humor de Delfi, mi hija menor. Volvimos a contarnos historias, a compartir momentos y a planificar el festejo del Día del padre. No hubo abrazos ni besos solo codito y mucho amor.
Durante todo este tiempo mi nieto vino a vernos, hablamos lo más que pudimos, me contó de sus estudios y su novia.
Extraño mucho salir. A veces me “pinta el bajón”. Hoy sé que puedo seguir hasta que esta situación se resuelva. Imagino el reencuentro con mis compañeras/os tamboreras/os y me pregunto: “¿cuándo volveremos a tomar cafecitos?”.
Sé que mi generación vivió etapas muy duras y pudimos salir. Por eso saldremos también de esta “Señora Pandemia”. Eso sí… mucho más gorda, vieja y ¡VIVA! Gracias, Porota, por prestarme el espacio. Fue hermoso desandar los días con algunas lágrimas entre tecla y tecla. Gracias, gracias.
Susana Carranza
Porota sos vos, soy yo, somos
todas las personas envejecientes
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