¿Aprender a envejecer?
*por Ricardo Iacub,
especial para “El Club de la Porota”
La difícil relación que entabla nuestra sociedad con la vejez lleva a que pocos puedan imaginar esta etapa vital por fuera de los fantasmas que se han creado, y que sigamos buscando, no sólo ocultarla edad, sino evitar pensar en aquello que podemos prever y proyectar.
Desconocer la vejez tiene implicaciones mucho más riesgosas de lo que podemos sospechar. Por un lado, aquello que desconocemos se completa con imágenes y relatos más cercanos al miedo y a la reducción de una etapa, amplia y variada, a ciertas situaciones y vivencias puntuales cargadas de dramatismo, y por el otro, carecer de una mirada prospectiva limita las múltiples adecuaciones que podrían anticipar, tanto psicológica,física o socialmente, los años venideros.
Los romanos, a medida que fueron envejeciendo como sociedad, establecieron escuelas de formación, tanto estoicas como epicúreas que, a diferencia de las establecidas en sus orígenes por los griegos,evolucionaron de ser formadoras de jóvenes a implementarse en cualquier edad, pero alcanzando su punto sensible en la adultez tardía. Con consejeros personales que aconsejaban sobre la existencia, ya que entendían que “lo malo nunca estaba tan incrustado en el hombre”, y que alcanzar la sabiduría, o el regocijo consigo mismo,era necesario frente a desafíos que introducía envejecer.
En la actualidad nos debatimos entre quienes consideramos que los estudios y prácticas gerontológicos pueden brindar apoyo al desarrollo en este etapa y entre quienes creen que solo habría que extirparla, confundiéndola con ciertas enfermedades, sin atender que envejecer es básicamente vivir y enfrentar condiciones variadas, muchas de las cuales, por el momento, son propias del destino humano.
Aprender a envejecer tiene consecuencias muy precisas en relación al diseño de vida que podamos establecer. Asistimos a un aumento de la longevidad que determina no solo un cambio demográfico, sino transformaciones en las vidas de cada uno de nosotros. Vivir más supone estimar de qué manera planificaremos largas etapas que incluyen desde la salud, la vivienda o hasta la economía. Pero a su vez presenciamos una transformación en los estilos de vida donde se habilitan cada vez más formas originales y creativas.
Envejecer puede modificar muchos de los mecanismos a partir de los cuales nos relacionábamos con la realidad.Los cambios corporales, laborales, familiares y hasta existenciales pueden poner en cuestión quiénes somos, con todas las implicaciones asociadas al rumbo vital, al reconocimiento de sí y las vivencias de incertidumbre que pueden aparecer.
Los estudios sobre el envejecimiento psicológico muestran la importancia de avizorar y prever cierta perspectiva temporal futura a partir de proyectos factibles y deseables. Por lo cual,el desconocimiento producido por la imposibilidad de imaginarnos y por la distancia que puede generarse entre las expectativas y lo que efectivamente suceda, puede determinar situaciones de estrés, desaliento y temor.
Son conocidos los efectos que generan las creencias negativas sobre esta etapa vital. Uno de los más perjudiciales es considerar que ya no habrá desarrollo personal y que se aproxima una serie inevitable de pérdidas. Creencias que conducen tanto a la desmotivación, ya que se pierden los objetivos que puedan dar valor y sentido a la vida, como a las conductas de evitación ya que no se estima posible un afrontamiento logrado.
Las investigaciones han mostrado que tener creencias positivas o negativas sobre esta etapa no parece un dato menor. Aquellos con expectativas positivas tienden a experimentar un mejor funcionamiento cognitivo, menor riesgo de discapacidad, de eventos cardiovasculares, de acumulación de biomarcadores de la enfermedad de Alzheimer y de respuesta al estrés, y además, mayor longevidad.
Dichas expectativas redundan en la posibilidad de construir propósitos más o menos claros y realistas. Cuando esto es posible promueve una mejor percepción de su salud, una menor sensación de límites o declives en la funcionalidad, un estado de ánimo más positivo y menos riesgo de muerte próxima que los que no lo tienen. Habilitando la poderosa sensación de crecimiento, desarrollo y mayor aceptación personal, propia de cualquier momento pero más compleja en esta etapa.
Por el contrario cuando el temor, el desconocimiento y la sensación de falta de valor son intensas las vivencias se vuelven incontrolables con el consecuente efecto sobre el estrés psicológico y sus consabidos efectos físicos.
Envejecer implica encontrarse con un territorio desconocido que se introduce en el centro de nuestra vida: el cuerpo, los roles, los espacios, la relación con los otros. Para ello resulta necesaria la plasticidad del ser humano, que puede emerger desde la brutal confrontación con lo que ya no se es o puede ser el fruto de transformaciones graduales, anticipables, construibles y fortalecidas por saberes científicos y fundamentalmente por una visión centrada en la búsqueda del bienestar humano.
*/Ricardo Iacub es Doctor en Psicología, especialista en tercera edad.
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