Carta de una de 40 a una de 65
Querida Porota, te escribo porque tengo unas ganas locas de reflexionar en voz alta. Y ¡qué mejor interlocutora que vos!…vieja valiente, con quien me siento absolutamente identificada. Si bien, aún no soy una persona mayor (tal como lo establece la Convención Interamericana de DDHH de las Personas Mayores), conecto mucho con tu mensaje. Es que ya peino mis primeras canas y hace bastante que estrené el mote de “Señora”. El envejecimiento me atraviesa e intento abrazarlo (Porota dixit) sobre todo cuando me miro al espejo. Paso unos cuantos minutos haciendo muecas extrañas para dilucidar si las arrugas en la frente llegaron para quedarse o son pura expresión. Depende el día, las encuentro absolutamente graciosas y sujetas a mi sonrisa. Sin embargo, hay otros en los que no resisto verlas y las tapo con todo el maquillaje disponible. Parezco una promotora de pinturerías. Pero no me importa. Mi enojo con el paso del tiempo es irracional ¡ja! y me arroja al ridículo sin más.
De todos modos, siento que envejecer es hermoso y que mientras más envejezco más linda me pongo. Gracias a una mirada más genuina y real de la vida que están promoviendo personas como vos, me he propuesto no teñirme mis canas sino más bien admirarlas y descubrirlas con cada cepillada. ¿Te cuento algo gracioso? Hasta hace poco le pagaba a mi sobrina un peso por cada cana que me sacaba. Desde que tomé la decisión de aceptarlas (espero me dure) ella me lo reclama sin cesar persiguiéndome por todos lados con su alcancía de chanchito.
¿Volver el tiempo atrás?… ¡jamás!
¿Avanzar?… ¡me asusta!
Es que los sesentones de hoy están bastantes perdidos. La generalidad es casi injusta pero bueno, la realidad me toca de cerca. Mi papá se jubiló hace apenas cuatro meses y no logra encontrarse. Está enojado, triste, irascible. No hallo en él el papá que fue.
¡Es cierto! esta cultura privilegia “hasta la obscenidad” a la juventud, y si bien me jacto de las primeras señales reales de mi envejecimiento, 40 no es lo mismo que 60. ¿Pero qué pasa con ellos, con los hombres como mi papá que saben tanto, que hicieron tanto, que construyeron tanto?, ¿a donde fue esa experiencia, esa vitalidad?, ¿esa rutina incansable?, ¿cómo recuperar esa trayectoria en voz baja de un hombre que se definió por su hacer?, ¿cómo nombrar la pérdida y advertir las ganancias?, ¿cómo promover la vida a pesar de sus muertes?, ¿cómo reinventarnos?
Recuerdo que hace poco, en una charla en la que participé, surgió la idea de reunir a un par de personas mayores de 60 para conocer sus competencias, habilidades y, sobre todo, modos de pensar y ver la vida con el propósito de reinsertarlos en el mundo del trabajo, ya no desde una mirada netamente productiva sino más bien generativa. ¡No es para cualquiera, por supuesto! y quizá mi padre no reúna los requisitos mínimos. Pero no importa. Podríamos intentarlo, Porota ¿no te parece? y de paso… gestar en mi conductas protectoras que me ayuden a seguir abrazando el paso del tiempo y llegar a los 60 con ánimo y entusiasmo.
Gracias por este espacio, Porota. Gracias por tu escucha, vieja sabia. ¡Gracias por haberte cruzado en mi camino!
Hasta cualquier otro momento, o correo, o arruga, o cana ¡ja, ja, ja!
Emma.
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