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Carta sobre mi vejez a un viejo amigo

Sin quererlo o queriéndolo, no sé, quizá, tal vez… me he ido transformando en una voz que ya no es tan sólo mía sino de muchas otras personas. Me he ido metiendo en sus casas, en sus historias, y anhelos; en sus deseos y recuerdos. Y fue así, como un buen día recibí un correo electrónico de un viejo amigo, que con mucho respeto y cariño me interroga y asevera lo siguiente: “no sé si Porota quiere hablar desde el afecto, si quiere dar información o asumirse portavoz de muchas otras Porotas. Por otro lado debo confesar que no logro conciliar con Porota Vida, ella me resulta lejana, fría, y por momentos me doy cuenta que está haciendo un esfuerzo tremendo…para convencerme lo que la conecta con su vejez”.

 

Querido amigo quizá no pueda responder a tus reflexiones/sensaciones, por momentos mías, por momentos tuyas. Lo que sí puedo hacer es confesar -en este tímido y multitudinario espacio de intimidad- que envejecer no me está resultando sencillo y que a veces, mi exceso de positividad intenta aliviar el dolor que me produce la cama fría, las persianas bajas un domingo de sol, el silencio de mi departamento, el orden sobreactuado y los blancos de la agenda. Ya no hay niñ@s esperando mi bizcochuelo caliente, ni cansancio que justifique el cansancio. Ya no hay tareas, corridas, discusiones. Ya no hay toallas que levantar, ropa que tender y mesas que preparar. Mirarme al espejo me resulta difícil. Aceptar mis surcos, mis canas, mis pasos lentos. Mis citas con el médico se han multiplicado y a veces me tienta el deseo de dejar de tomar los remedios y rendirme ante la crudeza del paso del tiempo.

 

Me duele no haber aprovechado mis 40 años; haberme quejado de mis primeras canas, mis primeras arrugas y de mis rollitos de más que ya son rollos. Hoy, en el tramo final de mi trayecto de vida, intento descubrirme, quererme, valorarme, porque ya no queda mucho tiempo, porque ya me cansé de esperar. Sinceramente querido amigo, no sé si quiero dar información, hablar desde el afecto o asumirme como portavoz, lo único que sé es que escribir me alivia, me sana, me hace dar cuenta que no estoy sola y que existen muchas personas como yo que, a pesar de sentir todo esto que siento, intentan mirar la vida desde un punto de vista más amoroso y positivo. Coincido con las afirmaciones de ese filósofo alemán del cual me hablas en tu mail, Byung-Chul Han: “así como la sociedad disciplinaria foucaultiana producía criminales y locos, la sociedad que ha acuñado el eslogan Yes We Can produce individuos agotados, fracasados y depresivos”. Quizá esté un poco cansada del paradigma de vejez positiva, quizá esté un poco cansada de enarbolar el Yes We Can de la vejez, quizá aún me halle anestesiada ante las palabras viejo, vieja, vejez.

 

¿Te cuento un secreto? No, I Can´t (No, no puedo). Mi bagaje es pesado. Sostener tanto pasado me duele. Vivir de los recuerdos me atormenta. Todavía no puedo y no sé si podré.

 

Pero, a pesar de todo, ¡gracias querido amigo! Tu mail me trajo toda esta reflexión que seguramente me irá guiando y ayudando a comprender que si mis palabras se publican en un diario, ya no son tan mías como creía. Que ya no son tan inocuas, desprolijas, cargadas de pasión o desconexión… Mis palabras son de tod@s y tod@s podemos tomarlas, tirarlas, amasarlas, compartirlas, redefinirlas, abrazarlas u odiarlas, porque en definitiva… lo único que comparto es mi vida (que ya no es tan mía) con sus luces y sombras, sus colores y grises, sus frivolidades e “impecabilidades”. Mi voz se pluralizó, es tuya también, y gracias a eso me llegó tu carta. ¡Cuánto la extrañaba! Gracias por escribirme. No dejes de hacerlo por favor, ya entendí: Porota somos tod@s y tod@s somos Porota. Aunque también, Porota soy yo, y l@s otr@s son l@s otr@s ¿no?.

 

Porota.

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