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Vejez y trascendencia: pequeñas excusas para tener excusas

Desde que comencé a pensarme como una mujer envejeciente, he notado que mi vida cobra sentido en función de lo que hago “por los demás” y que ese “por los demás” es una excusa para tener excusas. Desde el más sencillo de los bizcochuelos hasta el más complejo de los tejidos, incluyendo estas líneas y sus predecesoras, me invitan a estar en constante interacción con otr@s. Y en ese deseo de “hacer algo para alguien”… subyace el verdadero motivo: sentirme útil y valiosa. Ya no importa si el tejido es para mis niet@s o para la ONG del barrio. Yo sola no me basto. Nada adquiere valor si aquello que hago lo hago solo para mí. Tener una excusa me salva de saberme insuficiente para mí misma. O quizá algo más profundo aún, acciona el mecanismo por el cual tod@s, del modo que fuese, intentamos trascender, dejar nuestra impronta, esa huella testigo de nuestro paso por esta vida.

 

El amigurumi para la beba de la profe de yoga. La torta para el receso de las clases de computación. Los cuadraditos 20×20 para la campaña de invierno que impulsa el centro vecinal del barrio o las galletas de bienvenida para el vecino desconocido, configuran el deseo de sembrar mi impronta. ¡Qué importa si los demás esperan algo de mí! Lo que importa es que mi deseo de ofrecer siga teniendo adeptos porque en el fondo, tod@s necesitamos dar y recibir; recibir y dar.

 

Las pijamadas con Santi renuevan a la niña que me habita, activa la parte más graciosa y divertida de mi misma, y si bien recibo un sin fin de ¡gracias!, al final del día quien da las ¡gracias! soy yo. Le agradezco a la vida la oportunidad que me da de disfrutar de mi nieto; de conectar con la impunidad del juego, la creatividad de la infancia y la eternidad de las historias de ficción que habitan en los libros. Santi, regresa a su casa llenito de mirada, diversión, exclusividad, tiempo… y yo quedo colmada de lo mismo. En este contexto cabe preguntarme: ¿Para quién hago lo que hago?, ¿para Santi, para mí o para ambos? Como madre, quizá mis hij@s tengan mucho para reprocharme pero, como abuela, ¡como abuela me tomo revancha! Se trata de curar lo que más me duele de mi misma y cuan ofrenda, servirlo en el plato del perdón.

 

Y sí… lo reafirmo, todo lo que hago bajo la excusa de: “lo hago por lo demás” en realidad lo hago por mí. En cada ofrenda mi retribución es grande: una mirada de agradecimiento o asombro; un abrazo cobijante y calentito, carcajadas hasta el desparpajo, momentos fértiles y amorosos compartidos con otr@s y la presencia de manos que tocan, acarician, devuelven la confianza, ofrecen acogida y sobre todo curan el alma de la impiadosa soledad: “Cuando una piel toca otra piel, hace renacer la humanidad perdida” decía Antonio Mendes Ferreira#.

 

Y así, en este espiral sin fin de dar y recibir, recibir y dar nace una mujer más fértil, menos enojada; más amorosa, menos hostil; más amable, menos odiosa. Nace una mujer a la que le bastan sus pequeñas acciones, porque lo que brota de ellas es el éxtasis que colma su espíritu. Llega un momento en que no te preguntás, ¿por qué lo hacés? sucede y listo. Es allí cuando comprendo que he venido a esta vida a amar y que si el amor que tengo para dar se filtra por mis poros, significa que he dejado de mal tratarme para cuidarme. En mi cuidado está guardado el secreto del cuidado hacia los demás.

 

Porota.

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“No busquemos el camino del cuidado fuera del ser humano. El ethos está en el mismo ser humano, entendido en su plenitud que incluye el infinito. Necesita volver en sí mismo y descubrir nuevamente su esencia, que se encuentra en el cuidado. Qué le cuidado aflore en todos los ámbitos, que penetre la atmósfera humana y que prevalezca en todas las relaciones. El cuidado salvará la vida, hará justicia al empobrecido y rescatará como patria y matria de todos” (Leonardo Boff. Pag. 157 “El cuidado esencial”. Ed. Trotta 2002).

#Antonio Mendes Ferreira: Religioso brasileño dedicado al cuidado de los pobres y su dignificación.

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