Compartir Vejez, soledad y amigos
La soledad es un tema sin fin en la agenda de la vejez. Pareciera tener el rango de socia honorífica y, pareciera también, que escindirla sería un sacrilegio. Quizá porque, a la larga o a la corta, el proceso de envejecimiento, el camino de la vida o como sea, es una invitación sin rodeos a aprender a estar con uno mismo: solo, sola. Lo que quiero decir con esto es que la soledad tiene mala fama, porque sólo la entendemos como esa condición en la que no queremos estar. Como esa prima hermana del olvido, la indiferencia, la tristeza y la dejadez. Pues entonces, brotan de los lugares más recónditos notas, artículos, informes que detallan cuán desolador es envejecer. Cuán olvidadas y solas están las personas mayores.
Más de una vez he llorado a mares por no tolerar el aturdimiento del silencio que inundó de un día para el otro mi casa. Me perdí en los recuerdos y lejos de disfrutarlos, los añoré hasta la desesperación. Fue en la época en la que la soledad, la del tipo “sórdida y sesgada” había comulgado con la del tipo “valiente” de Raquel. Ella no se quedó a llorar, salió a tocar puertas. Preparó su postre habitual, superó su miedo al rechazo y me invitó a tomar mates en mi propia casa. El silbido de la pava, el chorro del agua caliente acariciando suavemente la peperina y las miguitas de la torta decorando el piso, resonaron cual sonata. Y allí descubrí lo difícil que me resultaba estar conmigo misma; tolerar el silencio externo para prender el sonido interno.
De a poco voy eligiendo los momentos en los que quiero estar sola o acompañada. Pienso que la soledad y esa abrumadora idea que tenemos de ella, es consecuencia de esta cultura tan poco cuestionada en la que valemos en función de lo que producimos. Por supuesto que a la vejez, viruela: sentirnos desolados es frecuente porque la “normalidad” asocia envejecer con “dejar de producir”. Producir riqueza en un eterno y tormentoso estado de movimiento constante que lo único que hace es anestesiarnos y evitar que estemos solos. ¿Por qué nos da miedo estar solos?, ¿por qué nos da miedo pensar y pensarnos solos? A lo mejor porque si nos encontráramos teniendo un diálogo honesto con nosotros mismos, comenzaríamos a preguntarnos y eso, inevitablemente, nos llevaría a iniciar el cambio.
Complejo y a su vez atinado para el día que hoy celebramos ¡el Día del Amigo! A mis 65 años me he dado cuenta que mientras más sola aprendo a estar, mejor amiga y compañera soy. Pues claro, ya no me acerco a los demás por temor a estar sola, sino con la certeza de que mi soledad y la de mi amigo o amiga podrán hallarse, sentarse en la mesa de las diferencias y disfrutar del momento sin guerras, distorsiones, o discursos impositivos.
Tengo muchos amigos y amigas. De todos los tipos, edades y colores. Y me tengo a mi. Si no me tuviese, jamás podría saborear el amor de la amistad y lo que la coexistencia de soledades es capaz de lograr cuando confluyen. La fuerza es tan potente que aún sola, me siento acompañada.
Feliz día amigos y amigas. Celebro sus soledades y la valentía que tuvieron para salir al encuentro de otras. Por cuestionar lo dado y comprender que si estamos solos, pero solos “sórdidos”, es porque no hemos podido gestar espacios para el encuentro personal y con otros a lo largo de toda nuestra vida, y no sólo ahora, en plena jubilación, viudez y abuelazgo.
Que no nos engañen. La soledad sórdida no es socia honorífica de la vejez.
Brindo por las Raqueles de este mundo, las valientes que aún temerosas habitan la incertidumbre y se toman un cafecito consigo mismas. Y brindo por mí, que me dejé invitar y aquí estoy, amasando palabras para definir mi mejor desafío: aprender a estar conmigo.
¡Felíz día!
Porota.
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