El humor en los tiempos del Covid
Él es profesor, médico, actor, escritor, humorista y un viejo amigo de El Club de la Porota. No hace falta que lo presente. Pero, como es un gusto inmenso tenerlo nuevamente, solo le agradeceré su generosidad y su humor en tiempos tan desconcertantes. ¡Gracias Carlos! Y… “Gracias a Dios, que sea lo que Dios quiera”.
Porota.
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“Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente.
Estoy loco por ella y algún día averiguaré su significado”.
Groucho Marx
Miles, millones de seres humanos huyendo despavoridos, desnudos, solos o en grupos, saben que son la manada de la humanidad. Resulta imposible saber cuántos son; mientras intentan escapar, se miran de reojo, se cuentan algo, se hacen señas y sonríen; se abrazan y sonríen; comen, beben y sonríen.
Sé que no es un sueño porque acabo de escribirlo; se instala la duda: ¿Por qué sonríen?
La pandemia nos cambió la vida a todos, se detuvo el mundo y no nos pudimos bajar; volvieron con inusitada brutalidad los sentimientos más primitivos que alientan a la especie humana a sobrevivir: el miedo y la incertidumbre. Desamparados del refugio que nos da el abrazo y la seguridad de un futuro posible, nos percibimos amenazados por un virus invisible, mágica representación de la muerte.
Incorporamos palabras a nuestro lenguaje cotidiano para poder interpretar la realidad y nos familiarizamos con nuevos términos: coronavirus, cuarentena, trazabilidad, COE*, protocolos, suero de convaleciente, alcohol en gel, respirador, barbijo.
Después de dos meses de aislamiento se permite caminar hasta 500 metros del domicilio. Siempre con barbijo y a dos metros de distancia. Nos contagiamos la buena nueva entre amigos, colegas y pacientes. Al día siguiente me llega un whatsapp de un paciente de 92 años con doble reemplazo de cadera y severa artrosis: “Carlitos, salí a caminar, pero por los dolores hice apenas 150 metros; te lo cuento por si alguno más joven los necesita, le doy mis 350 que no voy a usar…” Me sonrío frente a la pantalla del celular, solo, mientras respondo: “jajajajajaja”. Reviso los mensajes: “Cuidado cuando vayan al supermercado: regresé a casa, y cuando se sacó el barbijo no era mi marido”. Otro con la imagen de Shakespeare sosteniendo una botellita declamando: “Gel o no gel, ésa es la cuestión”; otro con la cara de René Descartes: “Covido ergo Zoom”; otro con la escultura del David pero obeso, llamado Covid; otro: “La cuarentena es como una serie de Netflix, cuando uno cree que se acaba, sacan la siguiente temporada”. No alcanzo a revisar todos los mensajes y regresan las dudas: ¿Es posible hacer humor en estos tiempos? ¿Por qué, para qué, quién, qué humor? ¿El humor es tragedia + tiempo? ¿El humor es como la religión? ¿El humor es hijo del miedo y la incertidumbre? A todas, una sola respuesta: el ser humano es portador sano del humor.
El Dr. Sigmund Freud describió la relación del chiste con el inconsciente. El humor hace alusión de manera implícita o explícita a temas que son su andamiaje: la sexualidad, el poder-dinero, la agresividad y la muerte. Estos suelen ser temas de los que habitualmente no hablamos y que nos generan angustias y tristezas. La posibilidad de enfermarnos por el coronavirus dispara, entre otros sentimientos, el humor. Convivimos con la tragedia, y desde allí creamos la comedia, para que la cuarentena no nos enferme de más. El escritor Isidoro Blaisten define al humor como el penúltimo paso de la desesperación. En ese momento cuando el dolor parece no tener fin, alumbramos como un gesto de fe, de esperanza, ese registro que nos arranca una sonrisa y nos alivia. Sonreímos, nos sonreímos en medio del dolor.
La desesperación es probablemente la madre de la fe, que en los creyentes se constituye como rasgo religioso y se evidencia en expresiones como “Gracias a Dios” o “Que sea lo que Dios quiera”. Hay allí una creencia subjetiva que desoye cualquier realidad o racionalidad. En las narrativas que persiguen una sonrisa sucede algo similar: entregamos nuestra ingenuidad, nuestra fe y las creemos; acaso el humor sea el dios de los ateos. El escritor Bernardo Koremblit expresa: “El humor no nos hace felices, pero nos compensa de no serlo”. El Dr. Viktor Franckl en su libro ‘El hombre en busca de sentido’ reconoce entre los sobrevivientes de los campos de concentración nazis por los que pasó, el imprescindible, vital y necesario sentido del humor.
¿Podríamos cruzar el sufrimiento de la cuarentena y la pandemia con una sonrisa? El humor así sentido y expresado nos conecta con lo más profundo de la vida; quizás por eso el filósofo Friedrich Nietzsche plantea en su libro ‘Así habló Zaratustra’: “sea falsa cualquier verdad en la que no haya habido una carcajada”. Este humor que podríamos denominar ético, nos permite dotar de otro significado a la pérdida de libertades a las que nos condena la pandemia y la cuarentena. La soledad del aislamiento para evitar los contagios, la soledad colectiva para una libertad de más vida. El escritor Bernard Shaw reflexiona: “La soledad es una gran cosa, lástima que uno esté solo”. Otra vez las dudas: ¿Cómo acompañarnos, con humor, durante esta cuarentena?, ¿cómo hacer para que la enfermiza soledad no sea percibida como tal?
La pandemia de un bichito microscópico torció el rumbo de la humanidad y no es chiste. Como ante todo desafío que amenaza la existencia, el ser humano intenta una comprensión y una salida para seguir viviendo; para ello nos valemos de recursos que nos acompañaron por milenios: la ciencia, la religión y el azar. Estas tres muletas del sentimiento y el pensamiento nos han permitido seguir caminando hacia el futuro. Además de ellas, el lenguaje del humor se aferra en nuestras manos. Vamos a superar esta pandemia gracias a Dios, cuando descubramos la vacuna y la terapéutica y/o tengamos suerte. Mientras tanto, ensayamos a coro el popular cantito: “Chau pandemia, chau pandemia, pandemia, chau, chau”.
Dr. Carlos Presman
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