Gracias a la gripe: reflexiones desde el reposo
Estuve engripada toda la semana y en consecuencia, haciendo reposo. Si bien la soledad y el silencio del departamento lograron angustiarme en varias ocasiones, el descanso obligado me sirvió para hablar conmigo misma y hacerme unas cuantas preguntas. Entre otras cosas pude darme cuenta que el miedo a quedarme sola, a no poder llenar el vacío y las ausencias de mi esposo e hij@s me habían llevado por el camino del aturdimiento. Y dimensioné que la gripe me trajo justamente lo que estaba necesitando: tiempo para parar y pensar si realmente tener la agenda llena de lunes a lunes responde a una necesidad genuina de disfrute o por el contrario, es parte de esa adicción que me hace llenarme de cosas para no pensar o conectar con lo que verdaderamente deseo, quiero o me atemoriza.
Desde que el menor de mis hijos dejó la casa tras la muerte de Pompeyo, los rincones por los que habíamos compartido la vida familiar comenzaron a entristecerme al punto de llegar a cerrar con llave cada una de las habitaciones que pertenecieron a quienes ya no estaban. Un buen día, sin mediar palabra ni permisos, me mudé. Dejando atrás casi todos los muebles, adornos y objetos que por muchos años habían escenificado nuestra vida.
Mudarme del modo en que lo hice, me trajo muchos problemas con mis hij@s. Hoy reconozco que no fue la mejor forma, sino la única que hallé mientras nadaba en un mar de tristeza infinita.
Conocer a Raquel fue lo mejor que me pasó en ese momento. Me hallaba profundamente deprimida cuando ella tocó el timbre con una torta y un mate bajo el brazo. Hoy la miro y pienso que sin ella nada de todo lo que pude ir creciendo, cambiando y gestando hubiese sido posible. Raquel me mostró que había un mundo y una nueva oportunidad esperando. Sin embargo, el cambio cuesta tanto que de vez en cuando tengo la necesidad de volver a olvidar.
Por suerte, la vida es impredecible y por eso mismo suele resultar mucho más provechoso estar dispuest@s a la apertura de nuevas experiencias, siempre y cuando esas experiencias sirvan para seguir aprendiendo y no para tapar aquello que aún no podemos afrontar. Dicho esto pienso: ¿Qué debo resolver aún que no puedo parar para ocuparme?
La gripe pasó y ahora resta tomar el toro por las astas. Comenzar a buscar las respuestas. Para ello, primero escribí en mi bitácora un acuerdo entre la Porota de antes y la de ahora. Necesito que ambas pierdan el miedo a encontrarse. Segundo, anoté todas las actividades que hago en la semana para elegir con claridad cuál suspenderé tras dilucidar si llenan el vacío o el alma. Tercero, prometí no volver a forzar al cuerpo a que tenga que decir ¡basta! y me prometí a mi misma que la próxima vez trataría de parar antes de enfermar.
Hombres y mujeres mayores de 60, les digo (y me digo): ¡Debemos salir a conquistar una libertad -para la que no fuimos preparados- pero que está allí ansiosa y dispuesta a que la aprovechemos! Se trata de entender que gran parte de la vida fue una sucesión de “primeras veces” y que la efervescencia no desaparece con la edad sino con la falta de proyectos. Por mi parte, acordé permitirme conservar la esperanza, a seguir creciendo y aprendiendo, y sobre todo acordé comenzar a escucharme; acción que inauguré esta semana gracias a la gripe.
Porota Vida
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