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Ni viejos jóvenes, ni jóvenes viejos

Me cansa escuchar una y otra vez cómo maltratamos las palabras “viejo”, “vieja” y endiosamos las palabras “joven” o “juventud”. Atributos positivos (hasta niveles obscenos) inundan la juventud, sobre todo en personas mayores como yo, que con el tiempo relegamos a la sombra todo aquello que nos sucedió a los 20: la faja, el cortejo condicionado, la soledad, la crisis vocacional, el deber ser, etc. Obviamente, me encantaría volver a los 20 pero con la valentía, la seguridad, el aprendizaje que me inunda a los 65. ¡Así cualquiera! ¿no? ¿Qué nos atemoriza de las palabras “viejo” o “vieja”? ¿Qué nos muestran, o enseñan sobre los modos aprendidos de entender la vejez?

“Soy un joven con cuerpo de viejo”, me lo dice cada vez que me ve, Salvador, el carnicero. Yo simplemente sonrío. Lo que Salvador intenta decirme, en ese cortejo fugaz al que se atreve cuando su esposa se va del mostrador, es que lo desbordan sus deseos de seguir soñando, de seguir impulsando nuevos desafíos. Que se siente vigoroso, alegre, realizado, estimulado, deseoso por seguir explorando el mundo y sus recónditos y maravillosos lugares. ¿Acaso sentirse de ese modo tiene que ver sólo con la juventud o son estados de ánimo, condiciones subjetivas que nos atraviesan a todos por el simple hecho de ser personas, sin importar qué edad tengamos? ¿No sería mejor que Salvador dijese algo así como: soy un viejo pleno, deseoso de seguir disfrutando de la vida y de sus diferentes aristas?

Cada etapa tiene sus encantos y desencantos. Ninguna es tan idílica o desagradable. Todas conllevan sus desafíos. Las viejas y los viejos, muchas veces nos perdemos en el enojo de no haber aprovechado la juventud del modo en que nos hubiese gustado. Y en ese enojo, nos olvidamos que lo único que nos pertenece es el presente, que nunca es tarde, que hoy con mayor conciencia podemos hacer y deshacer a gusto y antojo.

Es muy importante, que nosotros los viejos y viejas del presente, comencemos a abrazar la palabra “vejez”. Hemos de transformarla en coherencia con el paradigma de envejecimiento vigente, el de vejez activa. Resulta imperante, no sólo para nosotros mismos sino para quienes vienen detrás. ¿Cómo contarles que envejecer es parte de la vida? ¿Cómo lograr que no nos releguen o discriminen si le huimos a lo que somos?

Restan pocos días para el 15 de junio, Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez (ONU), tenemos tiempo aún para pensar qué propuestas que nos empoderen, incluyan y comprometan podemos gestar para que el abuso y maltrato en la vejez sea un tema de agenda de todos los países y lograr un compromiso intergeneracional con la temática. Quizá sea un buen comienzo preguntarnos: ¿qué me pasa cuando me dicen vieja o viejo?, ¿qué siento?, ¿qué me genera? ¿eso que dicen que soy me representa, tiene estricta consonancia con la realidad?

Mientras haya preguntas, más respuestas encontraremos.

Porota.

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