La palabra sin mediaciones, en tiempos de WhatsApp

Por Sol Rodríguez Maiztegui
Comunicadora Social, Gerontóloga e Integrante de ALGEC

Hola, Sol. Mi papá está solo en su casa cumpliendo estrictamente con el aislamiento porque fue contacto estrecho de COVID positivo; su cuidadora. Estoy preocupado porque no tiene con quien hablar. Nosotros lo llamamos, pero no es lo mismo. Con nosotros se queja mucho. ¿Contás con alguien que quiera hablarle de vez en cuando?”.

A Raúl, el papá de mi amigo, las personas mayores que integran el Ensamble Creativo del Museo Evita, Palacio Ferreyra, lo llamaron durante 15 días, de manera ininterrumpida y voluntaria. De esa experiencia nacieron amistades impensadas. 

Pedidos como ese se multiplicaron en la cuarentena. Las personas mayores fueron y son las que mejor tomaron conciencia de la importancia de cuidarse. Y en esa conciencia, muchas, se quedaron sin hablar. La palabra pronunciada, en voz alta, es aquella que nos organiza, que proyecta nuestros pensamientos y emociones, la que ordena lo cotidiano, y por supuesto también la que lo desordena. Esa palabra, en muchos hogares unipersonales o compuestos por dos personas mayores, se perdió en el eco de la televisión, de la radio… se escabulló en el ladrido o maullido de las mascotas; grandes protagonistas del 2020. 

WhatsApp adquirió un espacio de privilegio en las personas +60. Y si bien, en un inicio, fue un aliado para mantenernos cerca, lo cierto es que con el tiempo, el texto y en especial los audios de más de tres minutos comenzaron a cansarnos. Ni hablar de las video llamadas que nos habilitaron la oportunidad de vernos, mirarnos, dejando la palabra librada al azar de las conexiones del WiFi. 

Quiero que vengan a mi casa. Tienen que venir, por favor. No tengo celular ni Internet”, mintió Susana. Cuando llegamos a su vivienda, en la que apenas podíamos caminar, lo primero en lo que reparé fue en su modem y celular. Ella se dio cuenta y mintió por segunda vez: “A eso (por el modem) me lo puso mi nieto. ¡Puaj! yo lo odio. No hay como poder estar así” (y extendió sonriente sus manos hacia nosotras. Había ido con Ester). Pasamos una tarde hermosa escuchando y leyendo sus poesías. Todas escritas a mano en cuadernos espiralados. 

Mi querida vecina supo comentarme hace unos meses: “Mi mamá nos dijo apenas se declaró la cuarentena que ella no iba a aislarse de sus hijos y nietos. Nos aclaró que de vez en cuando vendría a visitarnos. Que asumía la responsabilidad de esa decisión y nos liberaba de toda consecuencia. Hoy agradezco la vehemencia y seguridad con la que supo expresar su pedido. Esa determinación la mantuvo vital. Mi mamá tenía una rutina social muy intensa. De repente todo se detuvo y ella eligió no aislarse de quienes más ama: sus nietos”. 

“¿Hola sí, hablo con Sol? Te llamo porque mañana 2 de febrero de 2021 es mi cumpleaños. Cumplo 90 y quiero que me saludes en el diario. Quiero leer mi nombre en voz alta”. Asique acá va: ¡Feliz cumpleaños AMANDA DEL VALLE CÓRDOBA! fiel lectora del Hoy Día Córdoba, seguidora del Club de la Porota y de las columnas de los viernes. ¡Gracias por tu pedido, por llamar! Por expresar tu deseo. Por no tener que adivinarlo. 

Puede ser que la virtualidad, que la tecnología, haya llegado para quedarse. Celebro que hayamos contado con ella para estar más cerca en aquellos momentos en que no hubo opción. Nos adaptamos como pudimos. Nos las ingeniamos para hablar en voz alta. Para que nuestras palabras resuenen. Para que no se pierdan en el mar de pensamientos que, solitarios más de una vez, los percibimos amenazantes. Activamos un sin fin de herramientas, mecanismos y opciones. En especial, las personas mayores. Ellas fueron las que nos demostraron que la tecnología puede ser una aliada cuando existe una razón, un porqué, un para qué. Que podemos limitar su uso y salir al encuentro de la palabra sin mediaciones. “Manejo Zoom, Meet y Whatsapp, pero quiero que me llames”, me supo decir Ricardo algo enojado; desconociendo lo difícil que resulta hablar por teléfono con cuatro niños revoloteando (¡je!). Ni hablar de mi mamá y papá que algo curtidos previamente me escriben… “¿están? podemos llamar”. 

Me río de la coexistencia del papel con la computadora, del teléfono fijo con el celular; del cafecito de paso, de la charla por la ventana, del grito de balcón y balcón con las video llamadas. Cocoliche de dispositivos atravesados por fanáticos y detractores. La palabra como protagonista y el encuentro como amo y señor, señora de la humanidad. Pandemia más, pandemia menos, que nunca nos falte el “buen día”, las “buenas noches”, el “adiós gracias”, el “chau hasta luego” gritado, balbuceado, pronunciado en vivo y directo; a desconocidos y amigos. No importa. Que resuenen sin mediaciones. 

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