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La valentía de educar sobre la vejez

Tuve la oportunidad de acompañar un proyecto pedagógico que trabajó con la temática de la vejez en niños de primer grado. Se trata del proyecto “Nibuelos” que impulsó Nicolás Tévez en la escuela Dante Alighieri de Córdoba. Ya les conté al respecto. Sin embargo, lo traigo nuevamente a mis habituales columnas de reflexión porque no dejo de sorprenderme sobre lo impactante y trascendente que es trabajar el envejecimiento en la infancia. Cuando su profesor les preguntó: “¿qué es la vejez?”, ellos respondieron lo siguiente: 

  • “La vejez es parte de la vida. Y cada vez nos hacemos más sabios y fuertes”.
  • “La vejez es la vida, el ser más grande y ser más sabios”. 
  • “Podés necesitar ayuda, pero las cosas las podés hacer si tenés ganas”.  
  • “Ser viejo es ser un poco lindo, arrugado. Todo se puede en la vida”. 
  • “Ser viejo es aprender y haber vivido muchas cosas”.
  • “Ser viejo es aprender muchas cosas”. 

Tienen apenas seis años y ya son todos unos especialistas. Hubo que sancionar una convención de protección de los derechos de las personas mayores para que el mundo occidental adulto pudiese dimensionar cuán vulnerados somos en la vejez. Pues claro, mientras más edad, más atravesados estamos por la cultura, sus estereotipos y cosmovisiones. 

Insisto, la temática no es inherente solo para quienes transitan por la etapa de la vejez, sino más bien para quienes envejecen. En resumen, para todos. Envejecer es vivir. 

En las palabras de los niños habitan sin tapujos muchos de los principios que anteceden la convención: La promoción y defensa de los derechos humanos y libertades fundamentales de la persona mayor; la valorización, su papel en la sociedad y contribución al desarrollo;  la dignidad, independencia, protagonismo y autonomía; la igualdad y no discriminación; la participación, integración e inclusión plena y efectiva en la sociedad; la autorrealización; la equidad e igualdad de género y enfoque de curso de vida; la solidaridad y fortalecimiento de la protección familiar y comunitaria; el buen trato y la atención preferencial; el respeto y valorización de la diversidad cultural, entre otros. 

En este sentido, quiero traer a Paulo Freire y una de sus tan célebres reflexiones: “Los oprimidos han de ser el ejemplo de sí mismos en la lucha por su redención”. Para Freire la educación es el único camino hacia la liberación de los oprimidos, es decir, aquellos a quienes no los dejaron expresarse. En la actualidad las personas mayores son un colectivo de oprimidos. A lo mejor no lo saben aún porque primero hay que considerarse miembro, integrante de ese colectivo. Ya lo esbocé en mi última columna: “Los estereotipos no solo habitan en los otros, también se activan en quienes ya somos viejos. Estos prejuicios son denominados implícitos y serían los que obstaculizan la posibilidad de pensarnos colectivamente”. 

¡Aprovechemos la infancia, ese manojo de niños que aún no se ha teñido de mandatos culturales! Construyamos junto a ellos nuevos modos de envejecer, de asumirnos envejecientes, de sabernos finitos, de reconocernos en cada etapa de la vida como lo que somos, personas en constante proceso de envejecimiento. 

Me despido con una frase más de Freire: “La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”.

Hay muchas iniciativas escolares valientes y destacables… ¡que cada vez sean más! 

 

 

Porota 

Porota sos vos, soy yo, somos

todas las personas envejecientes

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