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A las madres con arrugas

“Abrazar las arrugas” es un mantra que resuena sin aviso en cada paso que doy. Pero esta semana, más que abrazarme me invadió hasta el desvelo. Como sabrán, el próximo domingo es el día de la madre. Los avisos publicitarios de toda índole son los primeros en recordárnoslo. Me busqué hasta el cansancio en alguna de las tantas imágenes que acompañan los supuestos regalos para comprar pero no me encontré. Y no sólo yo, tampoco encontré a Raquel, Norma, Patricia, Susana y otras tantas amigas sesentonas con las que comparto mi vida, mi envejecer diario. Anoche, busqué mi espejo de mano y me miré sin maquillaje. Acaricié cada una de mis arrugas una y mil veces hasta descubrir una nueva junto a mi ojo derecho. Sonreí, jugué con mi rostro a interpretar cientos de muecas, gestos y movimientos. Así, en el espejo vi reflejadas las caricias de Bianca, esas caricias que me regalaba cuando, sentadita en mi falda me miraba profunda y amorosamente y me decía en silencio “te amo, mamá”. Así, aparecieron los abrazos de Franco, esos que me daba colmado de ilusión tras haber hecho un gol en su estadio imaginario vitoreado por una agitada tribuna. Así, se arrimaron tímidamente los besos de Paula aquellos que me regaló el día que la despedí para siempre. Mi rostro, mis arrugas, guardaban tímidos, poderosos e imborrables momentos de mis primeros años como mamá.

¿Cómo decirle, cómo gritarle a los publicistas las verdades que llevo en mi piel? ¿Cómo explicarles todo lo que guardan mis arrugas, todo lo que saben, conocen, brillan y lloran? ¿Cómo hacerles saber todo lo que tenemos para contarles?
¡Cómo!
¿Cómo?
Las manitas de Bianca hoy acunan otr@s
Los abrazos de Franco hoy abrazan a otr@s
Los besos de Paula hoy navegan por otros universos
Y así… la rueda maravillosa de la vida.

Ya no puedo volver el tiempo atrás. No quiero volver el tiempo atrás. Porque fue gracias a ese eterno trascurrir que pude redefinir mi maternidad. Porque fue gracias a ese eterno arrugarse que pude comprender cuál es mi rol como madre en el vital proceso de envejecimiento de mis hij@s. Son las arrugas, generosas, amorosas, bellas, las que me han enseñado a abrazar la vida. Son ellas, esas que niegan las publicidades, esas que retocan con el Photoshop las que me recuerdan que mis hij@s ya grandes y con sus propios hij@s aún necesitan a su mamá. Y no esa mamá periférica, yerma, ¡no! Por el contrario, esa mamá “bruja”, que amasa la tierra, que practica el silencio, que mira sin enjuiciar, que ríe sin tener motivos, y llora abiertamente, con el corazón en la mano. Esa mamá que canta, que baila, que solidariamente comparte en círculo con otras mujeres. Esa que observa y sonríe en silencio.

Cuando las mujeres decidimos apreciar las arrugas con amor y al paso del tiempo con sabiduría, no sólo nos transformamos en madres de nuestros hij@s, en esas madres que verdaderamente deberíamos haber sido, sino también nos convertimos en madres de la vida, del universo, de la tierra.

A todas, pero en especial a las madres que no salimos en las fotos, a esas envejecientes, aprendices de brujas, arrugadas y canosas… ¡FELIZ DÍA!

“Ha llegado el momento de rescatar y redefinir el término ´anciana´ entre el montón de palabras despectivas que se utilizan para denominar a las mujeres maduras, y conseguir que la acción de convertirse en ´bruja´ sea un supremo logro interior característico de la tercera fase de la vida. Convertirse en anciana tiene que ver con el desarrollo interior, y no con la apariencia externa. Una anciana es una mujer que posee sabiduría, compasión, humor, valentía y vitalidad. Es consciente de ser verdaderamente ella misma, sabe expresar lo que sabe y lo que siente, y emprender una acción determinada cuando es necesario. No aparta los ojos de la realidad, ni permite que se le nuble la mente. Puede ver los defectos y las imperfecciones en ella misma y en los demás, pero la luz con la que los ve no es severa ni enjuiciadora. Ha aprendido a confiar en sí misma hasta saber lo que ya sabe. Una persona no se convierte en una anciana hecha y derecha automáticamente después de la menopausia, así como tampoco por el mero hecho de volverse vieja una se vuelve más sabia. Sin embargo, hay unas décadas tras la menopausia en las cuales podemos crecer psicológica y espiritualmente” (Jean Shinoda
Bolen).

Porota Vida
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