Envejecer emprendiendo. Envejecer soltando, saltando
Me invitaron a participar de un encuentro de emprendedoras. ¡Fue todo un hallazgo! Primero, porque me vi sumida en un mar de mujeres menores de 50; fui la única sexagenaria. Segundo, porque todas, de diferentes modos, estábamos apropiándonos de nuestra vida, incluso, financieramente. Admiré y envidié por momentos a las más jóvenes que se desafiaban a sí mismas en el intento por aprender a administrar el dinero, a generar ingresos autosustentables y a vivir de lo que hacen. ¡Quien pudiera retroceder el tiempo!
Sin embargo, en los vaivenes del encuentro, pude mirarme y felicitarme por la valentía de desear empezar algo nuevo, de aprender a apreciar mis dones y de entender que el tiempo es fugaz, efímero, que lo importante es perder el miedo y arrojarse al vacío. “¿Por qué no?”, me dijo Tati, una de las coordinadoras del encuentro. ¡Pues claro! ¿Por qué no? A diferencia de otros años, lo que noté es que ese “arrojamiento” hoy puede transitarse en compañía. Que la audacia no se vivencia en soledad sino de la mano de muchas otras personas que están intentando algo similar.
Aún me vibra la fibra más íntima de mi ser cuando recuerdo el día en que Pompeyo, mi marido, dejó de madrugar para ir a trabajar. Fueron días difíciles. Ni él ni yo nos hallábamos en la luz que asomaba por la ventana, un lunes de invierno. Nuestros hijos ya no habitaban la casa. Y mi rutina se vio afectada por su presencia. “¿A dónde vas?” solía preguntarme una y mil veces. Y, de repente, me veía acorralada en un mar de cuestionamientos. Mi vida parecía desmoronarse ante esa extraña persona. Un buen día, cuando osé sentarme a su lado para desayunar, mate de por medio, me confesó que admiraba mis ritmos, mi agenda pero sobre todo el que no haya perdido los motivos para levantarme. Ahí me di cuenta lo difícil que fue para él haberse jubilado. Nadie le había contado que con la pérdida de su calendario semanal venían otras más dolorosas aún. Pompeyo debía saltar al vacío pero se halló sumamente solo, desconcertado. Jamás pudo salir de ese atolladero de frustraciones, y a los pocos años un cáncer fulminante acabó con sus pesares.
“Todas las etapas de la vida requieren momentos para soltar y saltar”, dijo Soledad, otra de las coordinadoras de aquella reveladora reunión.
Aprender a pedir ayuda, prepararse para determinado momento, rodearse de personas que acompañan, sostienen, abrazan. Son nuevos modos de caminar la vida. ¡Celebro que existan! Aún cuando en lo más profundo de mi ser me duela el no haber podido contar con espacios así de nutritivos cuando realmente los necesité: embarazos, partos, puerperios, crisis matrimonial, crianza, crecimiento e independencia de los hijos, jubilación, reencuentro con mi marido y unos años después el calvario familiar de atravesar su enfermedad terminal.
¡Qué generación la mía! Siento que hemos abroquelado nuestras certezas y que hoy, en el vigor de nuestro proceso de envejecimiento, la vida nos da una segunda, tercera, cuarta oportunidad de ser quienes realmente deseamos. “¿Cuál es mi objetivo personal, cómo quiero que me recuerden?”, insistió con vehemencia Ruby, la tercera mujer que compartió su experiencia en la reunión.
Es la generación de nuestros hijos la que nos está empujando a vivenciar la adrenalina de arrojarnos al vacío; de experimentar la incertidumbre como un hecho consumado y no como una tragedia; de conectar con nuestros deseos y no con las obligaciones de un “deber ser”. A “construir redes, no solo virtuales, sino reales. Proyectando nuestra esencia, lo que somos”, puntualizó Sofía la cuarta y última emprendedora en el cierre de su participación. ¡Tamaña tarea! Nada sencilla por cierto. Desovillar tanta vida estancados en un único paradigma no es para todos. Sin embargo siento que sí es para mí. Hace un par de años que me estoy animando a vivir de un modo diferente, a cuestionar mis axiomas, a reencontrarme con esa que quise ser, a dejarme ayudar, a rodearme de personas que están buscando algo parecido: vivir la vida sin pruritos, sin tapujos, sin vergüenzas, sin desprecio, sin enjuiciamientos, sin guerras. Una vida que intenta sanar, amigarse con la verdad, nombrar lo que no fue nombrado y acercarme a los que más amo de un modo más genuino, amoroso y sincero. No hay muchas opciones, o conectamos para trascender o moriremos sin haberle sentido el gustito a volar.
Porota.
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