Me defino como vieja
En la decimo cuarta entrega estamos presentando a Alicia Greiding, una mujer de 79 años que vive en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con un importante currículum en su labor como directora general y subsecretaria de educación en esa ciudad. Su historia nos llega a través de Claudia Viascán Castillo, quien además de contarles sobre la propuesta fue quien envió el correo con el testimonio.
Alicia hace un ejercicio reflexivo sobre ser mayor, los eufemismos y los proyectos. Su VOZ es la que decidimos que nos acompañe para conmemorar este 1 de octubre, Día Internacional de las Personas Mayores.
Me defino como vieja
Lo primero que me llamó la atención fue el nombre: “Voces Mayores”. ¿Hay voces menores?… Un niño que descubre una fila de hormiguitas y llama a sus padres para que las vea, ¿es una voz menor?… Un enamorado que lanza su amor a los cuatro vientos, ¿es una voz menor?
Por supuesto que sé de qué se trata, pero no me gustan los eufemismos.
Voces Mayores se refiere a las voces de los adultos mayores , otro eufemismo. Yo, con 79 años, me defino como vieja. Entonces ahora pienso en la consigna: cómo los viejos pasamos esta pandemia y aislamiento social.
Vivo en una casa cómoda, confortable, con agua caliente, medios tecnológicos, entretenimientos, y sobre todo un esposo contenedor y comprensivo, no debería quejarme, ¿verdad?
Estoy segura que muchos escribirán su adaptación a la nueva realidad. Hicieron cursos por zoom, o videollamadas, como si fueran presenciales, hablaron y vieron por distintos medios a hijos y nietos , como si estuvieran juntos, se comunicaron con sus amigos como cuando se encontraban alrededor de una mesa, siguieron sus vidas como… ¿no les parece que hay muchos “como”?.
Personalmente, cuando empecé el año, antes del coronavirus, tuve tres pérdidas importantes, la de dos de mis mejores amigas y mi cuñada, que también era mi amiga.
Después llegó la pandemia.
Acostumbrada a salir y a elegir, me fuí con tapabocas y guardando la distancia debida, a comprar carne. Me puse en la fila y de golpe alguien me dijo: “Usted es una persona de riesgo, no puede estar acá, ¿no hay nadie que le pueda hacer las compras?”… Ante su observación, el resto de la fila lo apoyó. Y yo me fuí.
Me sentí humillada, avergonzada y con un nuevo epíteto: “persona de riesgo”. De ahí en más, acepté que hija y nietos hicieran las compras por mí y para mí, me fijé quiénes podían alcanzarnos lo que precisábamos. Y ya no elegí.
Al principio fue soportable hablar, en lugar de besar; mirar, en lugar de abrazar; escuchar, en vez de reír, pero al cabo de los días, una angustia tenaz y persistente se apoderó de mí.
No tenía ganas de levantarme. Lo hacía porque todavía una parte de mi cuerpo se resistía y mi esposo me hablaba de la pérdida muscular… Pero la idea de “hasta aquí llegué” era fuerte y constante. Quiero aclarar que me llevo bien con la tecnología, pero cuando yo la quiero usar, no como un único medio.
Después vino la costumbre.Traté de mantener algunas cosas, la lectura en el balcón con una taza de café, mirar algún programa entretenido que no hablase de muertes y estadísticas, los mensajes de Whatsapp con bromas, poesías, tangos, y de a poco, muy de a poco para mi gusto, las visitas de mi hija y nietos… Cuando se iban sabía que no los vería en 15 días. LLoraba. Sin besos, sin abrazos, sin contacto.
Por supuesto que trataba que ellos no lo notaran.
Comencé a mandarles cosas (tengo hijas, yernos y nietos desperdigados por todo el país), quizá con el deseo inconsciente de que no olvidaran a sus abuelos. Hacíamos cumpleaños por Zoom donde nos veíamos todos, y yo sonreía hasta el final, pero cuando apagaba la compu una gran tristeza se apoderaba de mí.
En el interín, una de mis nietas, su pareja y los dos nenes tuvieron Covid 19 y fueron internados. Ciro, con 5 años decía: “me estoy curando”, ahora dice “estoy inmunizado”. Lupe, su hermanita de 9 meses, jugaba con las rueditas de la cama del hospital, yo veía las fotos y se me estrujaba el corazón.
Más tarde contrajeron la enfermedad otra nieta y su pareja, pero era más previsible, son médicos y van al hospital.
Como pueden leer, no soy un buen ejemplo de resiliencia…Y un día comencé a salir para comprar algo, para dar una vuelta manzana ¿quieren creer? Al principio me mareaba y trataba de regresar pronto a mi cuchita porque… tenía miedo.
Después empezó una etapa mejor. Pude volver a hacer kinesiología, lo que me permite caminar 12 cuadras una vez a la semana, las visitas (algunas) ya no eran quincenales sino semanales, y casi sin darme cuenta, empezamos a hablar del futuro.
¿Podrán viajar mis hijas para las fiestas? ¿Podremos ir algunos días a la playa? Y la palabra que había desaparecido de mi vocabulario volvió…¡Proyectos! Y saben, sin proyecto no hay vida. Hay rutina, costumbre, pero no ¡vida!
Ahora siento que, con miedo, a veces con angustia, volví a tener vida.
Alicia Greiding
Ciudad Autónoma de Buenos Aires