Somos parte del tapiz de la vida

Lo más difícil es vernos a nosotros mismos como viejos. No habitamos nuestras vejeces, viejo siempre es el otro. Negar nuestro proceso de envejecimiento, cargarlo de estereotipos y prejuicios negativos nos aleja de la hermosa posibilidad de celebrar esta verdadera conquista humana. Parafraseando a una envejeciente destacada, Sandra Myrna Díaz, somos parte del “tapiz de la vida”. Inescindible de sus fragmentos, de sus tintes, de su materia prima. Anhelar la juventud “como divino tesoro” impide proyectarnos, conectar con el paso del tiempo, con las canas, el paso lento, las arrugas, y todo lo que trae consigo el envejecimiento poblacional. 

Sandra tiene 58 años. Este año recibió en España el premio “Princesa de Asturias 2019 de Investigación Científica y Técnica”. En su discurso, la destacada bióloga, oriunda de la ciudad cordobesa de Bell Ville, dijo: “La naturaleza es fundamentalmente relaciones, es un construir, moler y rehacer siempre con los mismos materiales. Todas las personas que estamos aquí, y también los bacalaos, los tigres, las lombrices, los tomates que languidecen en el supermercado y las levaduras que levantan el pan, estamos hechos con los mismos átomos que se vienen tejiendo y destejiendo y retejiendo desde hace millones de años. Estos átomos antiguos primero formaron parte de esa persona que dibujó el bisonte en Altamira, luego se reciclaron para formar a los murciélagos que dibujó Goya y para formarlo a Goya mismo. Luego, Goya y sus murciélagos acabaron en el compost, entonces algunos de los átomos fueron a formar los jazmines y las hormigas de García Lorca, y las cebollas y las abejas de Miguel Hernández y otros átomos cruzaron el mar, algunos como madera de un barco, otros como algunos de mis antepasados, que iban dentro del barco; otros átomos más se hundieron en el mar y ahora son parte de los bacalaos”.

Estamos naturalmente interconectados, viejos, jóvenes, adultos, niños, naturaleza… sin embargo, tendemos a rajar el tapiz al punto de llegar a olvidarnos de que el envejecimiento forma parte de un ciclo natural, permanente, dinámico y sabio. Batallar contra el tiempo es sostener la paradoja de querer vivir más sin envejecer. Es caer en las redes del consumo y la acumulación que nos impiden mantener una relación plena con el tapiz de la vida. Quizá en algunos grupos humanos hallemos la respuesta a tanta violencia: ¿Por qué los viejos, las mujeres, los niños, animales y especies en extinción, así como los discapacitados, son grupos vulnerados?, ¿Cuál es la amenaza que ven en ellos quienes hallan en la destrucción del tapiz perversos placeres? 

En este sentido Díaz esbozó: “cada hebra es muy frágil, pero el tapiz en su conjunto tiene la robustez de los muchos, una robustez hecha de innumerables fragilidades entretejidas. Dedico este premio, entonces, a todos los frágiles, de cuyo amoroso batallar depende hoy y dependerá en el futuro, la persistencia del tapiz de la vida”. 

Tenemos mucho de qué ocuparnos. Somos parte de esas “innumerables fragilidades entretejidas”. El primer paso es hacernos conscientes de nuestro rol, de nuestro lugar en el tapiz. ¿Lo hemos pensado?, ¿o seguimos estancados deseando ese color, esa trama o ese espacio que ya no nos pertenece? 

¿Dónde estamos las personas mayores del siglo XXI?, ¿los envejecientes de esta época? 

“¿Qué hacemos?”, preguntó Sandra. “¿Renunciamos a una pasión que viene durando millones de años? Nuestros estudios dicen que no necesariamente; indican que va a ser muy difícil, pero aún estamos a tiempo de retejer este tapiz y de re- entretejernos en él”.

Empecemos por casa. Por sabernos parte del entramado. Por registrarnos personas mayores. Cada vez somos más. No nos miremos desde fuera, ajenos, expectantes… De nosotros también dependen el futuro y la persistencia del tapiz de la vida. 

 

Porota

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