Un lugar, múltiples caminos

Me gusta pensar a través de las imágenes. 

Pienso en un lugar, una rotonda, por ejemplo, desde la cual se accede por distintas calles. Cada persona, cada ser humano camina por un sendero determinado y se encuentra con otros y otras en un punto determinado. Los recorridos son diferentes pero todos llegan a ese lugar. Una trama, espacio común, donde puede pasar cualquier cosa. Pienso también en un sabor particular, al que se llega combinando distintos ingredientes y condimentos de un especiero gigante como el de la foto. Una sumatoria de partes que desemboca en un todo. Esta nota nace y se construye así: con imágenes, palabras, sentires y aromas. Nos encontramos en un lugar al que llegamos por diferentes senderos.

Uno de los caminos para llegar a ese lugar viene de una cita. José Playo, escritor cordobés y amigo de El Club de la Porota, postea un párrafo del escritor inglés Martin Amis. Dice lo siguiente: “A los 40 años me di cuenta de que en algún momento me iba a morir. A los 50 entendí que jamás volvería a ser joven. Pero a los 60 pasó algo que no estaba en mis cálculos: de pronto se abrieron las puertas de un palacio cuya existencia desconocía, y ese palacio es el pasado. Uno entra en él sabiendo que quedan -si todo sale bien- unos 20 años buenos para explorar esas habitaciones”. La frase disparó muchas sensaciones en nosotros. El pasado no es un lugar estático ni tampoco es siempre el mismo. Me gusta la imagen del palacio con sus distintas habitaciones. Abrir puertas que estuvieron mucho tiempo cerradas, explorar lo que hay allí, prender una luz en una habitación que estuvo siempre en penumbras, descubrir qué hay de nuevo allí: cosas que siempre estuvieron y que nunca notamos, colores, olores, sentires. 

Como dije recién, el pasado se reescribe una y otra vez. Y las lecturas que hacemos de él nos provocan distintas sensaciones. Lo que la frase ilustra es cómo la percepción de la vida y el tiempo cambia con la edad, destacando la importancia del pasado como un recurso valioso para la autoexploración y la comprensión personal en la vejez. Darse vuelta, mirar el camino recorrido, reconocernos  en nuestras huellas, entender y aceptar la cantidad de veces en las que nos equivocamos, en las que tomamos atajos y esas otras veces que fuimos demasiado rápido por la autopista, sin detenernos a apreciar lo que pasaba a nuestros costados. Aceptar, valorar, agradecer, amar.

Desde la diagonal vienen palabras de Buenos Aires. Todo el tiempo recibimos mensajes de personas con comentarios, ideas, reflexiones, saludos y agradecimientos. En este caso recibimos un video de una amiga de El Club de la Porota, María Angélica Gutierrez, de 77 años. Palabras más, palabras menos, nos contaba sobre sus experiencias y sus búsquedas: hacer terapia, constelaciones familiares, buscar, buscar y buscar, para encontrar el bienestar, sin importar la edad ni los tiempos. Es fundamental que las personas continuemos  explorando, aprendiendo y enfrentando desafíos nuevos. Este proceso no solo es enriquecedor a nivel personal, sino que también tiene profundos beneficios para nuestro bienestar físico, emocional y cognitivo.

Hacer cosas nuevas y aprender habilidades diferentes estimula el cerebro, ayudando a mantener la agudeza mental. La neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas conexiones neuronales no se pierde con la edad. De hecho, aprender algo nuevo puede revitalizar estas conexiones y fomentar un sentido de propósito. Enfrentar el pasado y animarse a cambiar conductas también es crucial para el crecimiento personal. Revisar y confrontar estas experiencias permite una liberación emocional, una oportunidad para sanar y redefinir la propia identidad, adaptándose a las nuevas realidades y perspectivas. La capacidad de las personas para seguir creciendo, aprendiendo y evolucionando reafirma su autonomía y dignidad. Todos somos envejecientes en proceso. Estas búsquedas nos permiten mantenernos conectados con el mundo que nos rodea, reforzando nuestras relaciones interpersonales y aportando un sentido renovado de propósito y pertenencia.

Desde este espacio celebramos el movimiento: salir a caminar o a correr, bailar tango o bachata, jugar a los naipes, visitar a un familiar, cocinar, escuchar música nueva, sentarse en una plaza, mirar un partido de fútbol, tejer, jugar a las bochas, andar en bicicleta, hablar, derribar paredes, visitar las habitaciones que creíamos conocidas hasta encontrar detalles nuevos, besarnos, hacer el amor. 

“La respuesta que yo creo que es válida, por lo menos para mí, con todo humilde respeto, es el amor, es poder estar siendo, estar y ser, estar siendo lo más amoroso posible, y desde el amor, desde la comprensión que ellos tienen que hacer su ruta y su destino”, concluye María Angélica su mensaje. La voz pausada de Angélica genera una música que se acopla con la cita de Martin Amis. Ahí hay un sentido, una búsqueda, muchos caminos, un lugar. Ser. Estar. Amar.

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