Comsmovisión y vejez, el reto de empoderarnos
Estoy envejeciendo y junto a mí envejecen todos los seres vivos, los que me rodean y los que no. Lo que sucede es que el proceso de envejecimiento es inherente a la vida. Así como también es la sexualidad. Todos quienes habitamos este suelo somos seres sexuados ¡siempre! Es una condición natural, no cultural, por ello en ningún momento del ciclo vital la perdemos. Con sexualidad no estoy sólo refiriéndome a la genitalidad sino también a aquello que nos nutre y humaniza: la caricia, el abrazo, el beso, el contacto amoroso con otros.
No importa la edad que tenga: la forma en la que yo elija desplegar mi erotismo y sexualidad es íntimo y nada ni nadie debería interferir si yo no lo permito. Las decisiones que tomo, las que dejo, los modos de vincularme con los demás, mientras respeten el límite ajeno, no caducan. Nos guste o no saberlo, pensarlo o ser conscientes, los viejos y viejas hacemos el amor, soñamos con el galán o la actriz de la serie de moda, nos dormimos recordando encuentros eróticos y nos despertamos deseando volver a amar una y otra vez.
La edad y sus grupos etarios forman parte de una construcción cultural que obedece a una determinada cosmovisión del mundo. Y lamentablemente, quienes ya somos denominados viejos, adultos o personas mayores aún seguimos alimentando el paradigma de la vejez dependiente, desempoderada. Le seguimos entregando el poder al sistema que promueve, enaltece y adora hasta la obscenidad un modelo de juventud exitista, un sistema vincular basado en la producción de bienes y un contexto escindido de nuestra verdadera naturaleza. Y en esa mirada del mundo, yo, vieja, más que una mujer plena, soy una mujer que ya no sirvo: porque no genero dinero, bienes o servicios comercializables y porque ya no reproduzco hijos.
Ante estas características, actúo mi desempoderamiento y le otorgo todo lo que soy y lo que fui a una cultura que me mira descartable. Que me dice que ya no puedo desear, sentir, soñar, crear, renacer, hacer, producir, sembrar, aprender o hacer el amor. Evidentemente, hay algo en mí que debe cambiar para comenzar a cuestionar lo dado, lo recibido, lo ofrecido. Porque si yo me entiendo como parte de esa cultura cabe preguntarme: ¿qué hice para regar esa cosmovisión tan violenta hacia mí misma?
Hay viejos y viejas verdes, pero también los hay rojos, negros, amarillos, blancos, azules o multicolores.
Hay viejas y viejos de porquería pero también los hay amorosos, soñadores, creativos, generosos, que peinan canas y sueñan con besar al galán o la actriz de su novela preferida.
Hay viejos y viejas depresivas pero también las que tejen en la mecedora “calienta corazones” para sus nietos y tocan el tambor en el grupo Fuerza Mayor (percusión creativa y círculo de tambores de adultos mayores).
Hay viejas y viejos “rápidos” pero también están los que caminan lento y sueñan con llegar lejos.
Hay viejos y viejas enojados pero también los que se enamoran una y otra vez y que no cesan de hacer el amor.
¡Hemos de empoderar, no de discapacitar! ¡
Hemos de empoderarnos no de discapacitarnos!
¡Hemos de animarnos a hablar del envejecimiento!
¡Hemos de perder el miedo a la última oportunidad que nos da la vida de conectar con la belleza que nos habita!
Porota.
La fotografía es de Belén Juarez