¡Felices 60, feliz vida!

Tengo un amigo que acaba de cumplir 60. Lo llamé para saludarlo como todos los años pero esta vez no me atendió. Le envié varios mensajes de whatsapp y nada… no los leía y su número no acusaba estar “en línea”. Me llamó la atención porque es de esos adictos a los videos y gif. Algo me olía mal. Tras dormir una placentera siesta salí a verlo enfundada en mi vestido azul marino corte “Jackie” que tanto me gusta. Le toqué el timbre sin cesar. Sabía que estaba del otro lado. Había decidido no darme por vencida. Y, aunque perseverante, a la media hora giró el picaporte y me dejó entrar.

Demacrado y en pijamas me confesó que estaba en crisis por haber cumplido 60:

-No quiero celebrar este cambio de década. Hace 10 años me resultaba imposible pensarme sexagenario y ahora… como quien no quiere la cosa, arremeten así nomás, ¡impunes! ¡Qué linda estás, Porota! A vos los 60 te sientan muy bien.

 

Yo no siento que haya envejecido. Trato de decirle a mi cuerpo que tiene treinta y que se estanque allí nomás. Total… ¿qué son treinta años menos?

 

¡Ay, Porota! en qué momento se me esfumó la vida. ¿Acaso no te sentís de treinta?

 

Nos detengamos aquí. Justo en este preciso momento del monólogo de mi amigo, el flamante sexagenario. Me sostengo la sien, la froto suavemente y me pregunto: ¿Qué nos llevará a sentir que nuestro cuerpo no nos pertenece?, ¿qué nuestra edad no nos representa? ¿En qué momento hemos escindido la edad de la vida?, ¿por qué creemos que a los 60, 70, 80, 90, etc. no deberíamos sentirnos vitales, apasionados, soñadores, emprendedores?, ¿cuál es la razón para atribuirle a la juventud esas cualidades?

 

Estas preguntas son recurrentes. Y he comprobado algo que me costó detectar pero que tiene que ver, obviamente, con la cultura y sus modos de entender la vida. Si somos y valemos en función de lo que producimos. Si somos y valemos en función de nuestra fecha de caducidad… aquí, justo en este siglo en el que todo debe lograrse de manera inmediata, a borbotones y estancados en el rostro del eterno lifting ¡por supuesto que envejecer va a doler! porque sentir que el “tiempo se acaba”, que el hilo del carretel se desovilla es reconocer, aunque no lo digamos, que la muerte está cada vez más cerca.

 

Esa sensación logra que muchas veces actuemos más la muerte que la vida. Y es por eso que nos alarma sentirnos vivos a los 60. ¿Por qué me siento tan vital si tengo 60, 70, 80, 90, etc.? Porque los deseos de disfrutar la vida no son inherentes a la edad. Cumplir años es un ritual inventado por el hombre (y las mujeres) Un ritual que se ha vuelto un condicionante de muchas cosas: un condicionante para sentir, vestir, hacer, reír y hasta para cumplir años y celebrarlo.

 

Es que siempre vemos el vaso vacío en vez de potenciar aquello que sí nos traen los años. En mi caso, puedo decir que cada paso que doy lo doy sin urgencias, y no porque tenga más tiempo, sino porque sé lo que duele que se esfume. Puedo decir que cada palabra que digo, la digo porque la siento, porque la he pensado, amasado, ya no vomito lo que me sale, me cuido y cuido a quien está conmigo de mis propias debilidades y flaquezas. Porque son mías y no le pertenecen a nadie más.

 

Los amaneceres y atardeceres se han transformado en verdaderos regalos. Ya no busco la sorpresa en lo material, en el consumo de productos que nacen siendo obsoletos ¡no! mi capacidad para sorprenderme se ha mudado al terreno de lo emocional y cada episodio es un milagro: mis nietos y el tiempo compartido a su lado. Mis caminatas. Los paisajes. La naturaleza que sigue dando vida hasta en los lugares más inhóspitos y derruidos. Ese cafecito sola. O ese charla con amigos.

 

He aprendido a apreciar mis logros, a amigarme con los achaques y a saber que cada emoción, cada sensación, cada descubrimiento son el resultado de mis propias búsquedas y aprendizajes. No soy un sapo de otro pozo. No soy una “pendevieja” como me han dicho. Soy una mujer que envejece. Soy una mujer que vive, que pulsa al ritmo de la vida. Me sé finita y es por eso que cada año que pasa, lo abrazo, lo agradezco, lo celebro, porque no me sucede nada distinto a otras personas. Todos vamos a morir algún día. Mientras tanto… festejemos los cumpleaños y apreciemos esos instantes que solo se obtienen envejeciendo. ¡Felices 60 querido amigo!

 

Porota

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