Ficción y realidad: envejecer mujer
Lo primero que hizo al nacer fue acariciar el rostro de su mamá que yacía extasiada por esa pequeña y grandiosa presencia. Sus manos, sus brazos, su cuerpo eran suficiente. Nada alteraba esas miradas permanentes en las que congelaron sus parpadeos. De los pechos en los que descansaba brotaba rocío de leche que la alimentó a su gusto durante tres años. Mamá esperaba siempre, allí, para cuando ella quisiese beber de su miel.
Cuando ya pudo correr, tras cada raspón, ahogaba su llanto ante el grito indiferente de “no pasó nada” que acompañaba la frustración.
Cuando ya pudo saltar recordaba con regocijo su caricia perenne, su llamada cómplice, su silencio respetuoso y su todo esperándola del otro lado, dispuesta, predispuesta a acompañarla hasta en el más profundo y doloroso momento de aprendizaje.
Cuando ya deseó ser miel y recostarse extasiada para esperar los ritmos de su propia pequeña y grandiosa presencia, ella yacía detrás, abrazándola. Sus manos habían perdido fuerza y ganado arrugas. Su pelo encaneció de golpe y su cuerpo acusó el paso del tiempo con vigor y valentía. El abrazo fue sincero. Transgeneracional. Silencioso. Con el pulso que ofrecía la vida, sin forzamientos, sin forcejeos.
La segunda pequeña y grandiosa presencia creció, y gracias a sus manos tersas, rugosas… conoció la brisa que monta el barrilete, los mareos con los que juega la calesita, la cadencia de los movimientos de la música, el ritmo de los cuentos de noche, el olorcito a comida casera y el más cobijante de los consuelos.
Una estrella invisible se esconde detrás de las nubes. Es la que lleva su nombre.
En el mundo real…
Lo primero que hizo al nacer fue llorar desconsolada. Había perdido a su mamá y en el afán de hallar su olorcito a leche, encontró anestesia, manos desconocidas, fórmula en mamadera, brazos ajenos, cochecito, cuna…
Cuando ya pudo correr, tras cada raspón, ahogaba su llanto ante el grito indiferente de “no pasó nada” que acompañaba la frustración.
Cuando ya pudo saltar no había recuerdos, solo la sensación de vacío y la voz del mandato obligándola a no pensar.
Cuando deseó ser miel, pidió que le contaran qué gusto tenía.
Hoy, VIEJA, marcha por las calles pidiendo justicia. Está cansada pero rendirse no es una opción. Peregrina en silencio, ¡no por las muertes!, ¡no por los asesinatos!, sino por ella misma, por todo lo que pudo haber hecho para evitar el enojo, la desolación, el desamparo, la violencia. Hoy marcha para reparar, hoy marcha para abrazar, hoy marcha para perdonar, hoy marcha para conocer de qué está hecha la miel. Qué tal sabe la leche que brota de los pechos. Hoy marcha, porque nunca es tarde. Porque somos red, somos manada, somos personas, mujeres, hombres, niños y niñas, en estado permanente de aprendizaje y envejecimiento.
Hoy marcha…
para aprender a amar.