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Trascender la vida

¿Qué esconde la vida en su eterno presente? ¿A dónde quedan almacenados los recuerdos, la vitalidad, el apuro, la multiplicidad de tareas? ¿Qué me muestra el paso lento, la aguja que no avanza, las piernas que duelen, la espalda que ya no se encorva hasta el suelo para levantar los juguetes?

¿Cuál es el apuro? ¿Hacia dónde corren los apurados de hoy? ¿Hacia dónde corrimos los apurados de ayer?

¿A dónde quedaron los upa mamá, las tortas de cumpleaños, las noches en vela, las ojeras, las tareas de la escuela y los vómitos en las remeras? ¿A dónde se posan los recuerdos? ¿En qué recónditos lugares trascienden nuestras acciones?

Pascual ya no llega para el almuerzo. Pascual ya no se va. Su día es lento, pausado. Lo rodean personas que lo aman y lo cuidan. Lo acompañan sus recuerdos, precisos, certeros, como recién cocidos. En el comedor impoluto de su casa de siempre, los cuadros parecen tomar vida. Y reparo en cada uno de ellos como si jamás los hubiese visto. Tienen un olor diferente. Cada uno tiñe los más diversos recuerdos de mi juventud. Algunos huelen a fiesta, otros a encuentros espontáneos o a la comida de la infancia. Pascual piensa más rápido de lo que su boca le permite hablar. De vez en cuando se asoman esbozos de vida y me confiesa sin preludios el amor que una amiga le tuvo en secreto o recuerda el bullicio de sus bisnietos revoloteando junto a su piano de cola. Por momentos, se apaga, pero al ratito se enciende y alguna palabra se escapa nuevamente.

Ese Pascual que subía y bajaba del auto todos los días, que caminaba con su portafolios de cuero por la peatonal habita en este que ahora, sentado, depende de otros para hacer las tareas más cotidianas. ¿En qué piensas Pascual? ¿En qué recónditos lugares de tu vida te has perdido? ¿Cuánto más por aprender en tus longevos 96?  ¡Ay, Pascual con qué rapidez y lentitud se nos pasa la vida! Tan relativas son las vivencias, cuán diferentes se perciben a lo largo de los años.

Pascual casi no ve. Ya no le hace falta, vio por mucho tiempo, y ahora el tiempo le propone repasar, reparar una y otra vez en los rostros, los paisajes, las miradas. Pascual ya casi no escucha. Y no le hace falta, oyó durante muchos años, y ahora los años lo invitan a escucharse, a mantener un diálogo intenso y extenso consigo mismo. A preguntarse una y otra vez ¿qué aprendizajes me llevaré, qué momentos grabaré a fuego, qué rostros iré a buscar, a quien le pediré que me tienda la mano?

La casa no ha perdido su luz y ese calor de familia. Todavía me parece escuchar los pasos de Francisca subiendo los tres escaloncitos que separan el hall de ingreso del living. Me asomo a la cocina y aún la veo abriendo el horno para controlar la cocción del suflé. Impoluta, vestida de fiesta, con su prolijísimo delantal. Afuera, la mesa del mediodía espera impaciente la llegada de una “entradita” engañadora.

Es que Pascual está allí, con ella. Sentado, repasando, rindiendo examen, como lo hacían sus alumnos de la universidad.  La casa huele, suena, respira, siente, sueña, duerme, y vuelve a despertar, porque la muerte no existe. Porque trascendemos en la piel, en la intimidad de cada persona que amamos, porque la vida es un paso. Sólo eso. ¿Para qué verte si puedo sentirte, si puedo cerrar los ojos y mirarte, si puedo dejar de oír y escucharte?

Porota.

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