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Vejez: la contemplación como atributo

¡Qué época esta! en la que la mayoría de las cosas que acontecen se hallan atravesadas por la inmediatez. ¡Todo tiene que ser ya! Breve, conciso, explícito, mediado, rápido. Pocas son las personas que se sientan en los bancos de la plaza a contemplar a los niños jugar y a los pájaros revolotear. Ya no quedan los vecinos que sacan la mesita a la vereda y matean a la vista de todos. Las charlas espontáneas en la calle o la silla en la despensa para la clienta fiel que siempre encuentra una excusa para instalarse.

Aún recuerdo las tardes completas que pasé con mi abuelo sentada en el patio de su casa escuchando una y otra vez las historias de su niñez. Su infancia en el campo. La escuela rural. La soledad del invierno. Las aventuras con sus hermanos. El mate dulce de su mamá. El rostro cansado de su papá. Todas ellas, imágenes que me conectan con la espera, la contemplación, la reflexión y el amor. Mi abuelo me enseñó a identificar el olorcito a lluvia, a pasto recién cortado, a tormenta de tierra. El tiempo atravesaba fugaz cuando tocaba alimentar a sus pájaros y perros o cuando jugábamos al “Chinchón”.

Me miro hoy abuela, y me hallo ansiosa, apurada, mediada, breve y concisa. Con horarios de una agenda híper cargada y limitando mi abuelazgo a una intensa rutina que al final de cuentas busca alejarme de la contemplación, de la posibilidad de conectar conmigo misma, de bucear en mis miedos, de amigarme con mis fantasmas, de apreciar mis habilidades y la belleza que me habita. De la posibilidad de compartir con mis nietos tardes en la plaza, sin apuros, sin plazos, sin mediadores. Hamacarlos hasta el cansancio. Darles la mano hasta el hartazgo. Acariciarles la cabeza hasta que se duerman. Leerles cuentos hasta acabarlos.

Sí, las personas mayores somos el futuro, porque el futuro depende de lo que le mostremos a los que vienen detrás. Sí, las personas mayores somos el presente, porque del presente depende que exista futuro. ¡Nuestra tarea es intensa! Hemos de conectar con los detalles, con la simpleza, con aquello que se torna imperceptible en la inmediatez y sublime cuando el tiempo se detiene. Cuando no hay corridas, sino paso lento. Cuando no hay lifting, sino arrugas. Cuando no hay quejas, sino espejos y aceptación. Cuando no hay tintura sino canas. Cuando no hay celular sino encuentros. Intuyo que el gran desafío de las nuevas generaciones es y será lograr apreciar el silencio, una disertación de dos horas, un tráiler de seis minutos, un libro de 500 páginas y hasta una película del coreano Kim Ki-duk. La contemplación será un atributo altamente buscado. Altamente valorado. Porque habremos de perder la capacidad de escucha, el registro del valor del descanso, el ocio como sinónimo de mirada interior.

Soñé con un barrio plagado de mayores enseñando a andar en bicicleta a sus pequeños vecinos. Soñé con escuelas abarrotadas de mayores acompañando individualmente a cada niño y niña en su proceso de aprendizaje, único e irrepetible. Aprendiendo matemáticas a través del medidor de alpiste. O literatura con los libros gastados de María Teresa Andruetto. Soñé con la despensa de la esquina y las sillas que invitan a sentarse. A detener el apuro para compartir un rato con otros. Soñé con saberme maestra, modelo, olorcito, sensación a ABUELA, con mayúscula.

¿A qué huelo?, ¿A qué huele la prisa?, ¿y el día sin relojes?

¿A qué huele la plaza?, ¿la biblioteca? ¿Y la tarde compartida junto a mis nietos?

¿A qué huele sentarse a mirar las estrellas un día cualquiera?

¿A qué huele comer el chocolate más grande del kiosco junto a Santi?

¿De qué modo me gustaría que mis nietos me contemplen, me recuerden?

Porota.

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