¿Cuántos años tenés?
—¿Cuántos años tenés? —preguntó Santi
—¡AY, nene! Eso no se pregunta. —respondió la señora, algo escandalizada.
—¿Cuántos años tenés? —insistió.
—¿Cuántos me das? —la señora cambió el gesto y le siguió el juego.
—¿Cuántos años tenés?
—Umm… para vos 60. Parezco de menos ¿no es cierto? —dijo ella y sonrió.
En la escuela de Santi están conociendo e indagando sobre los diferentes modelos de familia. Entre las preguntas que los niñ@s deben hacer a los familiares, amigos, vecinos y allegados está la de “¿cuántos años tenés?”. Según lo que explicaron, uno de los objetivos de la actividad es: “lograr que los niñ@s descubran que vivimos rodeados de personas de diferentes edades, que la vida está atravesada por los vínculos intergeneracionales y que las familias son el fiel reflejo de la diversidad vincular”.
Por supuesto, cuando mi hija me pidió que ayudara a Santi en su misión accedí inmediatamente, confiada de que disfrutaríamos de una tarde maravillosa. Cuaderno y lápiz en mano, salimos dispuestos a conquistar la cuadra. Vaya sorpresa nos llevamos cuando las mujeres, en especial las mayores de 60, como yo, lejos de responder algo tan sencillo como la edad esquivaban la pregunta repreguntando o contestando ofendidas.
Santi, con su sabiduría de niño, no reparó en semejante detalle. Sin dar demasiadas vueltas tildó la opción “no contesta”.
Tras este episodio tan singular recordé cuando me enteré que mi abuela era mayor que mi abuelo. Lo había ocultado durante años y de vieja ya, decidió confesar que apenas le llevaba cinco meses. Le siguió a este recuerdo el de Raquel que cada vez que le preguntan la edad, se quita cinco años. O el de Martita, la vecina del 5° A, que le festejaron los 90 cuando, en realidad, cumplía 93 ¡Hasta el día de hoy se ríe de sus pobres familiares! Ni hablar de Susana que, meticulosamente, en su viejo documento, transformó el nueve por el seis. Llora por los rincones la obligatoriedad del uso del nuevo DNI.
¡Qué peso para las mujeres sobrellevar el paso del tiempo! ¿no?. Ahora les (y me) pregunto: ¿por qué tememos confesar los años de vida en la vejez? ¿Acaso pensamos que ocultando los años ocultamos también las arrugas, las canas y ese cuerpo que ya no es el de los 20? ¿Qué subyace en la mentira o en la evitación de la pregunta?
Lógicamente, el miedo a confesar la edad es un miedo asociado directamente con la aprensión a envejecer. ¿Y si en vez de reparar en la edad nos detenemos a valorar el trayecto vital? ¿Qué deberíamos decir entonces de una persona que cumplió 96?
Somos en función de nuestro camino. Abrazar la edad es abrazarse a un@ mism@, es entender que la vida cambia y se transforma. Es aceptar el paso del tiempo y convencernos de que los vínculos pueden ser absolutamente diferentes a cómo los imaginamos. El problema no radica en asumir la edad que tenemos sino en perder el tiempo tratando de negar lo inevitable: que con la verdad o sin ella, los años son intransferibles. Por eso, en esta ocasión, brindo por mis 66 años. ¡Los celebro, los acojo y les agradezco! Porque sin ellos, no sería quien soy hoy, una mujer aprendiendo a envejecer o, mejor dicho, una mujer aprendiendo a cumplir años.
Porota Vida
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