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Derechos de las personas mayores, ¿conquista de lo perdido o de lo cedido?

Que esta semana se haya aprobado en el Congreso de la Nación la adhesión a la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores ha sido muy importante y trascendental. No deja de apenarme tener que legalizar mis derechos, pero lo cierto es que ahora son parte de una convención a la que adhirieron países hermanos como Brasil, Chile, Costa Rica, Uruguay y Bolivia. Compensa mi pena, la amarga alegría de que hayamos dado tremendo paso. Evidentemente, estamos comenzando a comprender que la vejez es de todos. Porque, como siempre insisto en remarcar, la vejez es un proceso de vida, no una etapa de resignación en la que irrumpimos tras jubilarnos, cumplir 60 o convertirnos en abuelos o abuelas.

¿Verán mis nietos la anulación de convenciones de protección de derechos porque serán tan obvios que no hará falta un documento legal que nos los recuerden? Y hablo de las convenciones en general, tanto la de los niños como también ahora, la de los viejos. Lo que sucede es que los extremos generacionales estamos desvalorizados en esta cultura hiperproductiva en la que valemos más por lo que hacemos que por lo que somos. Es en ese hacer frenético y descontrolado, cuando nos perdemos y tenemos que comenzar a pensarnos como sujetos de derecho, un esfuerzo estrictamente racional que no debería ser cuestionado ¡ni tampoco racionalizado!. Más bien debería formar parte de los acuerdos tácitos de convivencia universal.

¡Si, ya sé! Me puse demasiado idílica. Pero, los invito a que bajen de Internet el texto completo de la convención y lean una y otra vez “los derechos conquistados”: derecho a la privacidad y a la intimidad; derecho a la seguridad social, al trabajo, a la salud, educación, cultura, recreación, esparcimiento y deporte; derecho a la vivienda, a la accesibilidad y a la movilidad personal; derecho al igual reconocimiento como persona ante la ley; derecho a la vida y a la dignidad en la vejez, a la independencia y a la autonomía, a una vida sin ningún tipo de violencia, etc, etc, etc.

Ahora, pregunto, ME pregunto… ¿qué modelo de vida he reflejado a lo largo de estos 65 años que hoy necesito de la protección de mis derechos como adulta mayor?, ¿qué estereotipo de ser humano, de vieja o persona envejeciente reproduje para tener que defender los derechos que me fueron propios?

En evidencia, algo no anda bien con nosotros, los viejos de hoy. “Viejos son los trapos”, nos cansamos de decir. Como si la vejez fuese el estigma de la cultura antiage, esa cultura en la que todos queremos vivir más pero nadie quiere envejecer. Hemos de resignificar los términos, de amigarnos con el paso del tiempo, de abrazar nuestras arrugas. Hemos de recorrer las calles, escuchar a quienes nos rodean, respetar sus deseos y palabras. Hemos de entender que la vejez no nos debería volver más impunes, todo lo contrario, nos debería tornar más respetuosos. Pero sobre todo, hemos de comprender que el tiempo es veloz, que no podemos pasarnos el día lamentando lo que no pudimos ser o hacer, enojándonos con quienes son diferentes a un@. Intuyo que con estos primeros pasos iremos resignificando el sentido de nuestra vida, conectando con nuestros deseos y no con nuestra edad y desde allí esbozaremos otro mundo, otro paradigma, otro modo de comprender que no importa la edad que tengamos, todos somos uno en la diversidad. Los derechos no se pierden, los derechos se adquieren por el simple hecho de ser personas, de manera natural, indiscutible y tácita.

En fin… mucho bla, bla, bla, pero lo cierto es que esta semana diputados dio la media sanción que faltaba y ahora contamos con una Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores. Prometo no sentarme a esperar que alguien haga algo. Prometo empezar por mí.

Porota.

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