Feliz día… ¡viejas!
Cuando Jean Shinoda Bolen escribió el libro “Arquetipos femeninos a partir de los 50” anticipó el envejecimiento de las mujeres del “babyboom” para el siglo XXI, asegurando que: “Jamás en los anales de la historia ha existido tal cantidad de mujeres con tanta capacidad, experiencia, independencia y recursos (…) las mujeres maduras también se vuelven más influyentes, visibles y numerosas”.
Así me siento: influyente, visibilizada, poderosa, parte de un caudaloso río de mujeres que hemos elegido vivir la vejez apasionadamente.
En vísperas del Día de la Madre quiero compartir con ustedes el nuevo valor que adquiere el término “madre” en mi vida. Me apropié de la metáfora y resignifiqué el sentido de la maternidad. Ya no solo como esa categoría que incorporé tras parir a mi primera hija, sino también, como sinónimo de compromiso y cuidado. Hay diversas formas de maternar. Sin embargo, cabe destacar, que no todas las mujeres que parimos maternamos. El hecho de cuidar, no se circunscribe solo a la crianza de los hijos. Cuidar es poder conectar con lo más genuino de nosotras mismas. Es descubrir la belleza que nos habita y desplegarla amorosamente. Poder compartirla. Poder, poder, poder.
Ya lo dijo mi querido Leonardo Boff: “El patriarcalismo debilitó la dimensión de lo femenino, que nos hace más sensibles a todos, y rebajó la inteligencia emocional, nicho del cuidado y de la experiencia ética y espiritual”.
El paradigma del cuidado se sustenta en el arte de moldear la paz que solo es posible cuando pensamos en las transacciones ganar-ganar. “Con esta estrategia se disminuyen los factores de tensión y de conflicto. Para llegar a la paz son relevantes las virtudes asumidas conscientemente, como la transparencia, la disposición al diálogo y a la escucha, así como la acogida cálida del otro”, asegura Boff; quien además, asume que existe una dimensión subjetiva y espiritual que refuerza la búsqueda de la paz, y que tiene que ver con la capacidad de perdón y de olvido de viejas disputas y conflictos.
Mis hijos ya son hijos de la vida. Mi legado quedó impreso en su piel. Lo bueno o malo. Lo disruptivo o nutritivo. Lo valioso e impiadoso deberán sortearlo o incorporarlo según sus propias búsquedas y deseos. Hoy disfruto de su vuelo, y si de vez en cuando, los veo aletear bajo, imprecisos y algo inestables, los aliento desde el silencio y con la confianza de que sabrán sortear los vientos más fuertes aun cuando algunas de sus alas se lastimen. Cual estandarte, ellos saben que cuentan conmigo.
Ahora materno mis proyectos, mis sueños, mi círculo de mujeres, mis amigos, mis nietos. Materno cada mañana de sol y esos minutos de más que me habilito a permanecer en la cama. Materno cada flor de mi jardín. Ese matecito compartido entre vecinos. Materno mis imperfecciones, me río de ellas, las abrazo con compasión. Me sumo al cuidado de otros y me permito recibir. Materno con el silencio, con el meticuloso uso de mis palabras. Con el respeto hacia las experiencias de los demás y con el ejercicio constante de preguntarme “para qué”.
Maternar en el sentido amplio de la palabra es cuidar. Es apropiarnos de la energía femenina que nos trasciende y desplegarla con toda su fuerza. Sabiendo que cada paso que elegimos dar se halla en estricta consonancia con nuestra genuina personalidad.
Feliz día a las mujeres que alzan sus brazos al encuentro con el otro, que observan, que aprecian, que se ríen de sí mismas, que aprenden, que desean, que se animan, que celebran la edad que tienen y el paso del tiempo, que disfrutan de lo pequeño y sencillo, que son agradecidas, que aprenden a reinventarse, que acogen el dolor y lo transforman, que peinan canas, que se enorgullecen de sus arrugas, que leen, bailan, cuentan cuentos, escuchan, comparten, emprenden, descansan, sonríen, que registran, que ayudan, que consuelan, que toleran el dolor ajeno, que mantienen sus cocinas con olorcito a pan caliente.
Feliz día para las mujeres que cuidan.
¡Feliz día VIEJAS!
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