Reparación transgeneracional

Mientras el país se vestía de luto y las calles se inundaban de reclamos. Mientras la violencia hacía de las suyas engrosando el listado de muertes y asesinatos, yo cuidaba a mis niet@s. La televisión estaba apagada, los diarios dormían en un rincón junto al asador, el celular se había quedado sin batería y todos los objetos tecnológicos de la casa (llámese computadoras y tablets) habían sido escondidos por Bianca antes de partir. Los niñ@s aún en pijamas hacían juego con mis pantalones de fajina y mis alpargatas de diario.
Afuera, el viento hacía de las suyas colándose por los vestigios de las ventanas; silbando bajito y entonado. Dentro, Santi jugaba a mis pies con sus bloques mientras Cati me regalaba un sinfín de carcajadas cada vez que le besaba el “pescuezo”. De fondo, sonaban “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. El tiempo barajó y dio de nuevo, tan así que terminamos haciendo la siesta antes del almuerzo. Los tres soñamos abrazados en el mega sofá del living. Hasta Cati canjeó su hora de leche por un rato más de brazos.
Más tarde, improvisamos una comida rápida y sabrosa que disfrutamos juntos en platos de plástico. Mutamos los harapos, fuimos al baño, cambiamos pañales, abrimos y cerramos ventanas, pasamos de Vivaldi a Pescetti, así como de los bloques al rompecabezas de “Cars”. Afuera, el viento seguía deseando infiltrarse con sus voces, sus modos, sus historias, sus vivencias, sus trayectos.
Dentro… dentro un cuaderno junto al armario del baño. Un diario de mi hija y una escena de la infancia: “Recuerdo cuando llegué a casa aquella tarde. Mamá dormía con la puerta cerrada. Papá aún estaba de viaje. Mi hermano y yo nos trenzamos en una feroz lucha, tan feroz que terminé sin un diente. Mamá nunca lo notó siquiera en el recuento de colmillos que sin disimulo guardaba en el cajón de la mesa de luz. Peleamos en silencio con un miedo aún mayor: que la fiera despierte y nos dejara sin el helado semanal, única salida que hacíamos junt@s y de su mano. Aún recuerdo la sequedad de su piel. Lo áspero de sus dedos y el placer que me generaba cuando me apretaba fuerte para cruzar la calle. Mamá mimaba así… sin abrazos, sólo con apretones o grandes chirlos en la cola. A la hora de la cena, ella corría temerosa a la cocina para improvisar…”
En el mismo cuaderno yacía suelta una hoja en la que Bianca había escrito: “normas para el cuidado de mis hijos”.
• “No alzarlos para malcriarlos, solo para darles de comer o cambiarles la ropa”
• “No dormirlos a upa, sólo duermen en sus camas, con la luz de noche y la puerta cerrada”
• “Prohibido dormir en mi cama y saltar sobre los sillones”
• “No está permitido que tomen gaseosa o coman caramelos”
Y así… un listado exhaustivo de casi diez ítems que no pude terminar de leer.
Me incorporé como pude y caminé al encuentro de mis nietos mientras una lágrima recorría mi mejilla. Prendí la música. “El invierno” sonaba de fondo cuando levanté a Cati del coche y me senté junto a Santi. Los apreté junto a mi cuerpo, los besé en la cabeza y con un tímido sollozo les pedí perdón. Así nos quedamos… hasta “La Primavera”.
Afuera… el viento las despeinaba: a ellas, a las que marchaban vestidas de luto y llenas de hashtags. Bianca también estaba allí.
POROTA.

“Con la ilusión y la ambivalencia de devenir abuelas, las mujeres maduras nos disponemos a afrontar esta nueva etapa, procurando ofrecer a nuestros niet@s lo que quizás no pudimos ofrecer a nuestros hij@s: tiempo disponible.
Sin embargo, la “abuelidad” tiene un objetivo mucho más pleno y necesario, que es la función de transmitir los secretos de la maternidad a las mujeres más jóvenes, ofreciendo nuestro conocimiento acerca del mundo interior, ya que ahora no necesitamos alimentar al niño, sino que superamos ese rol nutriendo espiritualmente a la comunidad de mujeres que devienen madres.
(…) Tengamos en cuenta que hoy son muchas las mujeres jóvenes con niños en brazos necesitando huir del hecho materno. Si las mujeres maduras estamos dispuestas a revisar nuestra historia sin aferrarnos a ella, y si logramos darnos cuenta que tal vez hemos sido innecesariamente hostiles o severas en el pasado, podremos resarcirnos abriendo las puertas de la conciencia femenina para que nuestras hijas y nueras puedan transitar el camino de la maternidad con mayor sostén, apoyo y generosidad. Sólo entonces mereceremos ser llamadas mujeres sabias”

(Laura Gutman – “Las mujeres sabias”)

Porota Vida
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