En la vejez viruela…¡comunidad!

Participé de un encuentro de comunicación y redes sociales. Era la única vieja del auditorio. Rodeada por “millenials” y “centennials” arrebaté varias miradas de reojo. Una vez que se acostumbraron a mi presencia fluyeron los mates y sonrisas cómplices. La energía de otras personas generacionalmente más jóvenes me llenó de vitalidad.

Fue una de las administradoras de las redes sociales del CLUB DE LA POROTA, Sofía Alicio, quien me invitó a participar. Ella expuso primero. Previa relajación, nos instó a conectar con el concepto de “comunidad”.

“Para crear comunidad (en las redes sociales) hay que poder escuchar activamente, ofrecer opciones de participación y personalizar cada uno de los servicios que brindemos”, detalló con suavidad mi querida Sofía.

Sus palabras quedaron suspendidas.

¡Qué importante es crear comunidades! sentirnos cerca de las personas que nos nutren, con quienes nos identificamos y compartir encuentros en los que circule la empatía, la generosidad y esa sutileza de las épocas, los momentos o hitos compartidos.

Las comunidades empoderan, permiten socializar las experiencias y ponerlas en valor.

Esto me llevó a evocar la comunidad de mujeres que integro hace tiempo. Somos siete: Mariana, Mariela, Janneth, Gabriela, Luciana, Paola y yo. Cuando acontecen los encuentros, un pacto de confidencialidad, respeto y amorosidad se activa de inmediato. Y en el círculo de almas y corazones a flor de piel surgen, se avivan y contienen los fantasmas, los miedos, los desafíos, los anhelos, los aprendizajes y las motivaciones más íntimas. Enumero algunas:

 

  • ¿Cómo vincularnos con los hijos e hijas ya adultos?
  • ¿Qué desafíos nos trae el abuelazgo?
  • ¿Cómo administrar nuestro dinero?
  • ¿De qué modo canalizar nuestra energía?
  • ¿Cómo sobrellevar los duelos?
  • ¿De qué manera re-vincularme con mi pareja tras tantos años de vida juntos?
  • ¿Cómo afrontar las pérdidas, los achaques y bajones del cuerpo?
  • ¿Cómo acompañar a nuestros seres queridos enfermos?
  • ¿Cómo sobrellevar el silencio de la casa vacía, la rutina de los otros en la que ya no cabemos?

 

Son algunas de las miles de preguntas que afloran cuando entramos en “trance comunitario”.

Armar nuestra comunidad no fue sencillo. Tuvimos que aprender a tolerar la disidencia, a conectar con energías incómodas y sobre todo a vernos reflejadas en las sombras de las otras. Tuvimos que ser valientes y fusionar con el dolor.

Sin embargo, la comunidad acolcha las flaquezas y sostiene el recorrido. Nos abraza con todas nuestras miserias pero también con toda nuestra belleza sin pedir nada a cambio. Así, porque sí.

¿Cómo armar comunidad (en un sentido más íntimo y adaptada a aquello que estamos necesitando)?  

No tengo la receta mágica. Pero de algo estoy segura… debemos predisponernos a encontrarnos con las personas. El primer paso lo tenemos que dar en soledad. Nada ni nadie nos va a salvar de nuestros propios fantasmas. Si queremos transitar el desafío de vivir junto a otros y otras, primero, debemos querer ser parte de una comunidad. Como dijo Sofía en su charla, “estar dispuestos a escuchar”, “a participar” y a acompañar un proceso que será individual y colectivo a la vez. Que tendrá nombre y apellido. Que estará conformado por personas y que requerirá de todo nuestro respeto y amor.

Traigo a esta columna la voz de ella, una pionera en la gestación de comunidades de mujeres: Jean Shinoda Bolen. Les regalo alguito de sus palabras para que en este etapa, la de la vejez, seas hombre o seas mujer, te animes a ser parte de una comunidad, de un círculo…

“En el círculo (o en la comunidad) no existen jerarquías y eso es igualdad, así se comporta una cultura cuando escucha y aprende de cada uno de sus integrantes. En una comunidad se comparte la sabiduría de la experiencia, se apoyan mutuamente y se descubren entre sí a través de las palabras. Cada círculo, cada comunidad es digna de confianza, tiene un centro espiritual, un respeto hacia los límites y una poderosa capacidad de transformar a quienes lo constituyen”.

Y así… con esta reflexión a flor de piel me despido una vez más deseando que vos también vivas o te animes a vivir tu propia experiencia de comunidad.

 

Gracias…

 

Porota
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    Porota.