El tejido rosa: mi columna para Hoy Día Córdoba

Antes de comenzar mi columna quiero agradecer a quienes a través de Facebook o correo electrónico me han contado cuánto empatizaron o disfrutaron con mis vivencias. Me alegra saber que en este camino de renacimiento permanente hay muchas personas acompañándome y a las que yo también puedo acompañar.

Al parecer, desafiar el contrato cultural vigente desde nuestras más sencillas prácticas cotidianas es una tarea que much@s estamos emprendiendo. En este sentido, quiero compartirles algunas anécdotas que esta semana me han llamado a la reflexión. Por un lado, la que viví con Facu mi nieto de 6 años el sábado a la noche en plena pijamada “abuela – nieto”, ritual mensual que sostenemos ininterrumpidamente desde hace dos años. Durante el baño habitual, pos cena y previo a la película de turno, Facu sacó de su mochila una bata rosa con ositos con la que quería secarse. Yo no tuve mejor idea que decirle con vehemencia: “Facu, ¿una bata rosa?” A lo que el niño me contesta: “¿qué tiene abuela? A mí me gusta. Me la regaló Sofi para mi cumpleaños, era de ella cuando tenía seis. Sofi me dijo que así como ella usa buzo azul yo puedo usar su bata rosa. Que los colores no son de nena o de varón”. ¡Chim, pum! ¿Qué más agregar a semejante respuesta? Tenía razón. Me dejó pensando y en ese momento no pude emitir palabra. ¡Pobre Facu! Qué rigidez la mía. Fue instantáneo, irrumpieron imágenes y momentos de cuando mis hij@s fueron niñ@s. Arremetieron la vez que a Pablo le negamos la posibilidad de estudiar danza contemporánea o cuando a mis hijas les prohibimos insultar cuando veíamos fútbol. Eso sí, los hombres estaban habilitados a gritar, infamar, beber alcohol y a no levantarse de la silla siquiera para alcanzar las aceitunas de la picadita. Cuánta injusticia promovida, sostenida y avalada por nosotras, las madres. Cuán funcional he sido al sostenimiento de una cultura que me alejó de mi ser esencial, que me hizo creer que había un solo modo de vivir y de criar a mis hij@s. ¡Cuánto daño que afortunadamente hoy puedo ver y comenzar a reparar!

El episodio con Facu me abrió aún más los ojos y cómo todo va fluyendo en función de lo que atraemos. Días después, navegando por Internet, leí una nota sobre un hombre de 109 años que teje suéteres. ¿Un hombre que teje? ¡Por qué no! Me dije. Compartí su historia por mi Facebook, es hermosa.

Autitos para ellos, muñecas y cochecitos para ellas. Espadas y poderes para ellos, príncipes y costuras para ellas. Pantalones y lujuria para ellos, polleras y recato para ellas. Fuerza para ellos, “recato y delicadeza” para ellas. ¡Puf! Y cuánto más por denunciar.

Ayer salí a disfrutar del sol. Me senté a mirar a la gente en un banco de la plaza de mi barrio. Disfruté del hombre que paseaba en coche a su bebé de meses mientras colgaba de su hombro un bolso rosa con un biberón en el bolsillo externo. Al rato se detuvo a mi lado, preparó la leche de su hija, la tomó en sus brazos y en silencio disfrutamos de la succión ininterrumpida de ese bello ser. Media hora después, se despidió apurado. Llegaba tarde para retirar a su otro hijo del jardín e ir a preparar la cena. Le vi el anillo de casado pero no le pregunté a dónde estaba su señora. No me importó. Verlo ocuparse de sus hijos de ese modo fue el regalo más hermoso de la tarde. Aprecié cuánta belleza vive en cada un@ de nosotr@s cuando actuamos desde el amor. Todo lo demás, la cultura, los mandatos y las imposiciones se desdibujan para darle paso a lo que fluye, a lo que somos, sin importar el sexo, el color, los años, los credos… Somos lo que amamos, lo que pulsa desde lo más profundo de nuestra naturaleza.

Porota Vida
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